martes, 6 de diciembre de 2011

Celebrando la Purísima Constitución 20111206

Es un decir, claro. Cuando hace años se discutió qué día hacer festivo, si el 6-D (la Purísima Concepción) o el 8-D (el Día de la Constitución), yo propuse fundir ambas jornadas en una sola y llamarla de la Purísima Constitución, pues en ese momento nuestra Carta Magna era aún un dogma de fe tan consagrado e intocable como el de la virginidad de la madre de Cristo. Al final, aquella polémica se zanjó por el método salomónico: se dio carta de naturaleza vacacional al 6 y al 8, y todos contentos (sobre todo los obispos).

De todas formas lo de la Purísima Constitución sería hoy una contradicción conceptual que podría incluso resultar blasfema. Porque tras lustros de ver el texto constitucional como una revelación divina, piedra angular de la democracia y figura perfecta e inalterable, han bastado unos pocos días para meterle mano, con la justificación de que así, mudando lo presuntamente eterno, se pondría freno a la crisis. La Consti al final era maleable, corruptible, adaptable. Y espérense, que la orgía sólo acaba de empezar.

En 1978 la Constitución vino a ser el certificado de garantía de la democracia española. Demostraba por escrito que el franquismo había acabado y quedaban garantizadas las libertades políticas y los derechos sociales. Por eso, en 1981, cuando Milans, Tejero y los demás intentaron el golpe de Estado, los demócratas se aferraron a la Constitución. Luego, con el paso del tiempo, se iría viendo que la cosa no era para tanto: la oronda Ley de Leyes no pasaba de ser un texto interpretable por un tribunal consensuado entre las grandes fuerzas políticas y cuyos preceptos no debían ser tomados en sentido literal. Disponer de vivienda digna es un derecho constitucional... ¿y qué?

Ahora ya sabemos que la Constitución puede ser retocada sobre la marcha, ignorada y pervertida. De purísima, nada. Con los mercados apretando y la Eurozona sometida a los preceptos de la ortodoxia financiera (¡los beneficios por encima de todo!), aquí ya es todo posible, desde privatizar la gestión de los servicios públicos hasta reventar los derechos laborales básicos. Los golpes de estado ya no se dan con tanques sino con la prima de riesgo.

J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/martes 06.12.2011

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