Los políticos españoles (del Rey para abajo) se han rebajado el
sueldo... pero la gente de la calle no lo ve suficiente. Ni de coña. La
ciudadanía culpabiliza a las mujeres y hombres públicos desde dos
perspectivas distintas aunque confluyentes: unos (sea porque son muy
liberales o porque son muy fascistas) querrían prescindir de todos ellos
y de las propias instituciones democráticas; otros (situados en
posiciones progresistas más o menos radicales) abominan de una profesión
que se ha encerrado en su particular burbuja, se ha entregado a los
poderes fácticos y parece incapaz de asumir los intereses de las
mayorías sociales.
Que la crisis parezca responsabilidad
exclusiva de los políticos se debe a que son los personajes más visibles
del drama social. Salen cada día en los medios, parecen monopolizar la
toma de decisiones, se muestran ante sus electores rodeados de
parafernalias representativas (los malditos coches oficiales, los
séquitos, las escoltas...!) Son muy obvios, infinitamente más que los
banqueros, los altos ejecutivos, los accionistas de referencia, los
propietarios de suelo, los grandes constructores o los dueños de medios
de comunicación. Por eso están ahí, listos para servir de chivos
expiatorios. Más aún si, como ha ocurrido en España, fracasan en el
ejercicio de su función, son pillados en operaciones ilegales o
ilegítimas, ignoran a sus representados o mienten con descaro.
Pero esto es solo una parte de la realidad. Porque además estamos en un
país donde es patente el absentismo de la ciudadanía que delega completa
y absolutamente en esos políticos a los que luego rechaza. La
desorganizada sociedad civil ha permitido que sus representantes electos
cayesen en manos de los poderes fácticos y de los lobis. La tendencia
de la opinión pública a dejarse fascinar o convencer por las más
ostentosas creaciones de sus gobernantes ha creado monstruos
institucionales tan notorios como el Ministerio de Fomento (¡y Medio
Ambiente!), comunidades autónomas como la de Valencia o ayuntamientos
delirantes como el de Madrid. Así, por acción de estos y omisión de
aquellos, el sistema se ha ido al garete.
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