viernes, 27 de julio de 2012

¡Pobres y malditos políticos! 20120727

Los políticos españoles (del Rey para abajo) se han rebajado el sueldo... pero la gente de la calle no lo ve suficiente. Ni de coña. La ciudadanía culpabiliza a las mujeres y hombres públicos desde dos perspectivas distintas aunque confluyentes: unos (sea porque son muy liberales o porque son muy fascistas) querrían prescindir de todos ellos y de las propias instituciones democráticas; otros (situados en posiciones progresistas más o menos radicales) abominan de una profesión que se ha encerrado en su particular burbuja, se ha entregado a los poderes fácticos y parece incapaz de asumir los intereses de las mayorías sociales.

Que la crisis parezca responsabilidad exclusiva de los políticos se debe a que son los personajes más visibles del drama social. Salen cada día en los medios, parecen monopolizar la toma de decisiones, se muestran ante sus electores rodeados de parafernalias representativas (los malditos coches oficiales, los séquitos, las escoltas...!) Son muy obvios, infinitamente más que los banqueros, los altos ejecutivos, los accionistas de referencia, los propietarios de suelo, los grandes constructores o los dueños de medios de comunicación. Por eso están ahí, listos para servir de chivos expiatorios. Más aún si, como ha ocurrido en España, fracasan en el ejercicio de su función, son pillados en operaciones ilegales o ilegítimas, ignoran a sus representados o mienten con descaro.

Pero esto es solo una parte de la realidad. Porque además estamos en un país donde es patente el absentismo de la ciudadanía que delega completa y absolutamente en esos políticos a los que luego rechaza. La desorganizada sociedad civil ha permitido que sus representantes electos cayesen en manos de los poderes fácticos y de los lobis. La tendencia de la opinión pública a dejarse fascinar o convencer por las más ostentosas creaciones de sus gobernantes ha creado monstruos institucionales tan notorios como el Ministerio de Fomento (¡y Medio Ambiente!), comunidades autónomas como la de Valencia o ayuntamientos delirantes como el de Madrid. Así, por acción de estos y omisión de aquellos, el sistema se ha ido al garete. 

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