Cada uno de los gobiernos que hemos disfrutado desde la Transición
llegó a un momento crucial en el que, divorciado de la opinión pública y
enfrentado a los intereses objetivos de la ciudadanía, se quedó frito,
perdió la legitimidad y ya no tuvo otra salida razonable que convocar
elecciones anticipadas. Le ocurrió a Felipe González cuando su Administración quedó tocada de forma simultánea y combinada por la corrupción y el terrorismo de Estado. A José María Aznar cuando se metió en la guerra de Irak contra la voluntad del pueblo español. A José Luis Rodríguez Zapatero cuando en mayo del 2010 se dio la vuelta como un calcetín e inició la lucha contra la crisis sometiéndose a las reglas de la ortodoxia
financiera. En cada caso los implicados se empeñaron en mantener su
posición contra viento y marea. Pero cuando al final tuvieron que llamar
a las urnas, todos perdieron la partida (ellos o quienes les
sustituían).
Pero lo de Mariano Rajoy supera cualquier
precedente. Jamás un Gobierno se desgastó tan deprisa, incumplió de tal
forma sus promesas y, sobre todo, atacó de manera tan directa y brutal
los propios fundamentos de la democracia social. Nunca una mayoría
absoluta se fundió de tal forma ante el calor de la resistencia y la
contestación popular, ni fue tan perentoria la dimisión de un Ejecutivo
que camina como un zombi por la escena política sin saber a dónde va.
Es difícil adivinar a qué esperanzas se aferra Rajoy. Que en estas
circunstancias suspendiera el debate sobre el estado de la Nación o que
anteayer estuviese ausente del Congreso mientras se discutía su último
ajuste solo puede entenderse desde un monumental desprecio por los usos
democráticos. ¿Se oculta el presidente a la espera de un milagro que le
saque del atolladero?
El actual Gobierno acabará triturado entre
dos muelas implacables: de un lado, la especulación financiera y la
imposibilidad de gestionar la crisis financiera con instrumentos
propios; del otro, la movilización ciudadana, cada vez más masiva y
rotunda. Lo malo es que, mientras tanto, nos estamos yendo a la mierda.
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