sábado, 21 de julio de 2012

Un Gobierno obligado a dimitir 20120721

Cada uno de los gobiernos que hemos disfrutado desde la Transición llegó a un momento crucial en el que, divorciado de la opinión pública y enfrentado a los intereses objetivos de la ciudadanía, se quedó frito, perdió la legitimidad y ya no tuvo otra salida razonable que convocar elecciones anticipadas. Le ocurrió a Felipe González cuando su Administración quedó tocada de forma simultánea y combinada por la corrupción y el terrorismo de Estado. A José María Aznar cuando se metió en la guerra de Irak contra la voluntad del pueblo español. A José Luis Rodríguez Zapatero cuando en mayo del 2010 se dio la vuelta como un calcetín e inició la lucha contra la crisis sometiéndose a las reglas de la ortodoxia financiera. En cada caso los implicados se empeñaron en mantener su posición contra viento y marea. Pero cuando al final tuvieron que llamar a las urnas, todos perdieron la partida (ellos o quienes les sustituían).

Pero lo de Mariano Rajoy supera cualquier precedente. Jamás un Gobierno se desgastó tan deprisa, incumplió de tal forma sus promesas y, sobre todo, atacó de manera tan directa y brutal los propios fundamentos de la democracia social. Nunca una mayoría absoluta se fundió de tal forma ante el calor de la resistencia y la contestación popular, ni fue tan perentoria la dimisión de un Ejecutivo que camina como un zombi por la escena política sin saber a dónde va.

Es difícil adivinar a qué esperanzas se aferra Rajoy. Que en estas circunstancias suspendiera el debate sobre el estado de la Nación o que anteayer estuviese ausente del Congreso mientras se discutía su último ajuste solo puede entenderse desde un monumental desprecio por los usos democráticos. ¿Se oculta el presidente a la espera de un milagro que le saque del atolladero?

El actual Gobierno acabará triturado entre dos muelas implacables: de un lado, la especulación financiera y la imposibilidad de gestionar la crisis financiera con instrumentos propios; del otro, la movilización ciudadana, cada vez más masiva y rotunda. Lo malo es que, mientras tanto, nos estamos yendo a la mierda. 

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