viernes, 21 de febrero de 2014

Todos quieren ser infantas 20140221

Nadie sabía nada, nadie desconfiaba de nadie, nadie hizo nada malo... Se limitaban a seguir la corriente, firmar sin leer y dar por sentado que la vida es así. Frente a esta simpática actitud de los imputados habituales, buena parte de la ciudadanía se precipita por el tobogán de la desesperación y el cabreo. Cárcel, cárcel, cárcel, gritaba la miniplebe a las puertas de la Ciudad de la Justicia. Y Agapito, dentro, lo negaba todo con el aplomo de los veteranos. Aunque, claro, lo del dueño del Zaragoza apenas ha empezado. Plaza es mucha Plaza.

Como todos somos iguales ante la ley, quienes tropiezan con algún marrón se ponen como meta ser iguales... que la infanta Cristina: hacer el paseíllo bajo estricta protección policial, repartir sonrisas, recibir el saludo afectuoso de los abogados defensores e incluso del fiscal. Luego, ya se sabe: no sé, no me acuerdo... yo, lo que me decía mi marido. Carlos Escó, que fuera consejero delegado, viceconsejero de Obras Públicas y gran jefe político de la Plataforma Logística y otros asuntos, aseguró el martes que se limitaba a poner su autógrafo donde le decía el gerente de la cosa, García Becerril. Antonio Asín, el alcalde Mallén, echó la culpa de sus errores administrativos al secretario de su ayuntamiento. Agapito reforzó ayer su primera línea de defensa responsabilizando de cualquier tropezón a uno de sus ejecutivos, Gómez de la Fuente, que ya ha fallecido y no podrá desmentirle. Bueno, y en el peor de los casos, siempre cabe contar con la prescripción del delito o con esa doctrina judicial según la cual las sociedades públicas se rigen por la normativa privada, y el que más pueda, capador. 

Un somero repaso de las instrucciones sumariales relacionadas con Plaza evidencia que allí cada cual pilló lo que pudo mientras se creaba el habitual vínculo viciado entre la política, el deporte profesional y el negocio del ladrillo; vínculo que tiene nombres, apellidos, contratos y sobrecostes perfectamente identificables. Pero eso mismo cabe pensar de la martingala que se traían entre manos Urdangarin y señora. Por eso, ahora, todos quieren ser como ella. ¡Infanta de España! 

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