martes, 22 de julio de 2014

Cómo nos gusta que nos den con la fusta 20140722

El otro día, algunos lectores (papeleros y digitálicos) me llamaron la atención por mi radical oposición a meter un céntimo más de dinero público en posteriores aventuras de la sociedad anónima (SAD) Real Zaragoza. Intentaron conmoverme con descripciones del mal estado de La Romareda, de lo mucho que significan para la ciudad y la comunidad un estadio y un equipo de Primera y con extrañas reglas de tres, segun las cuales si al tal Agapito se lo pusieron a huevo... ¿por qué no habríamos de ponérselo parecido a los que vengan después?

A mí también me interesa que el Zaragoza no desaparezca, pues sería un duro golpe al futuro de los medios de comunicación y de bastantes colegas cuyo tema diario es el fútbol-espectáculo. Sin embargo, la experiencia de los últimos ocho años ha sido demoledora, además de costosísima. El ayuntamiento ha tirado algún millón que otro en tres inútiles proyectos de rehabilitación del estadio o construcción de otro nuevo, además de realizar obras de mantenimiento en el actual. El Gobierno aragonés le endosó al último propietario de la SAD no menos de 80 o 100 millones entre contratos con Aragón TV, ayudas, avales, sobrecostes en obras encomendadas a empresas de Agapito Iglesias y otras diabluras. Ese chorreo solo ha servido para llegar al momento actual, absolutamente desastroso. Supongo yo que algo habremos aprendido de la experiencia. ¿O no? ¿O nos gusta ponerlas... y perderlas?

Nunca me agradó eso de que el dinero del común vaya alegremente a manos de particulares. Por ello lo de ayudar al Zaragoza lo vi siempre como una patología política y social. Por identica razón, me ha chocado saber que la fundación creada por las estupendas personas de orden dispuestas a salvar al equipo tiene entre sus objetivos "crear, administrar, gestionar y en su caso construir escenarios deportivos y culturales privados y públicos y/o en concesión o convenio con otras entidades públicas y privadas". Y como el equipo de gobierno del ayuntamiento ya ha empezado a dejarse querer... Pues eso: el gato escaldado del agua tibia huye. Los azotes duelen. 

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