miércoles, 2 de julio de 2014

Un viaje (de estudios) por Sicilia 20140702

Por cosas de la vida acabé en Sicilia. Y la isla me encantó y me interesó mucho más de lo que pudiera haber imaginado previamente. Luego he ido deduciendo la causa de tal fascinación: no procedía solo de la amabilidad de la gente, del morbo que produce intuir la presencia de la Mafia, de la magnífica gastronomía o del apabullante desfile de monumentos y lugares poderosamente evocadores... no, lo que atrajo mi atención fue la asombrosa similitud entre aquello y esto. Sicilia es una España a escala, que refleja nuestra imagen desorbitándola, disparatándola, convirtiéndola en pura alucinación. Si nosotros jugamos siempre con el esperpento, imaginen lo que es colocar semejante figura frente al espejo deformante.

Claro, Sicilia (como España) es el producto de dos milenios de opresión y explotación extrema que cristalizan finalmente en el triunfo definitivo del viejo régimen: clero y nobleza, obispos y oligarcas atrincherados en sus inmensos palacios, iglesias, conventos y catedrales, cuya desmesura arquitectónica contrasta con la evidente pobreza de un país que solo pudo pagar tales lujos entregando sudor y sangre generación tras generación. En Sicilia (como en España) no hubo rupturas ni revoluciones, solo el relativo cambio impuesto por Garibaldi y sus camisas rojas. ¿Cambio, he dicho? El concepto gatopardismo ("cambiémoslo todo para que nada cambie") surgió de la fértil mente de un siciliano.

Pobres de nosotros. Los centroeuropeos y los nórdicos tuvieron su reforma religiosa. Los franceses, ingleses u holandeses, sus revoluciones. Europa occidental edificó la última fase de su modernidad tras vencer al fascismo y desarrollar los estados democráticos y sociales. Sicilia permaneció encerrada en su fanal, contemplando la ruina de sus palacios, sosteniendo esa perturbadora vecindad del pan de oro y la mierda. España, atrapada en la burbuja nacionalcatólica, tuvo que esperar decenios hasta poder iniciar una transformación acechada siempre por los viejos demonios de la corrupción y la desigualdad. Pese a todo, ambos países miran hoy hacia adelante. Su espíritu aún no se ha rendido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario