martes, 12 de noviembre de 2013

Cómo 'normalizar' los conflictos 20131112

Pasan los días, pasan las semanas y el follón en los autobuses zaragozanos sigue con su rutina de paros y protestas. Los trabajadores aguantan, los usuarios aguantan y la empresa, por supuesto, aguanta. El ayuntamiento de la inmortal ciudad intenta de vez en cuando, y con escaso éxito, buscar una salida (CHA ha advertido que no negociará los presupuestos municipales del 2014 si no se alcanza una solución satisfactoria) y el Gobierno de Aragón ha renunciado, por boca de su consejero de Obras Públicas, a mediar en el conflicto (p'a líos estamos, pensarán en el Pignatelli). Por lo visto no hay urgencia alguna en relación con este asunto. Las molestias causadas por las huelgas tampoco provocan una respuesta vecinal. Hace años, un encadenamiento de paros parciales como el que viene alterando el transporte de la capital aragonesa hubiese provocado una tremenda polvareda. Ahora, sin embargo, la paciencia y la resignación han acabado por integrar en el universo de la extravagancia cotidiana la dura pelea entre la dirección y la plantilla de AUZ. No pasa nada... O casi nada. Y eso que hablamos de un servicio público esencial.

Pero no pensemos que este tipo de situación se da solo en Zaragoza y la Tierra Noble. No señor. Fíjense en Madrid y su ya larga huelga en la recogida de basuras. La ciudad, que pretende ser mascarón de proa de la marca España y que además se viene doliendo por el descenso del número de turistas que recibe al año, es actualmente un vertedero a cielo abierto. La mierda lo llena todo mientras la alcaldesa explica tan campante que la cosa no es problema suyo sino de las empresas concesionarias del servicio de limpieza. Tampoco en este caso se percibe en los medios y en la sociedad una particular alarma. Nos estamos haciendo a todo. Nada nos inquieta.

Las huelgas y manifestaciones han dejado de impresionarnos. La regulación vigente ha normalizado estas expresiones de descontento que apenas asustan al poder. Lo malo no es que la gente, como suele decirse, se esté dejando hacer. Lo peor es que, cuando no se deja, tampoco tiene fácil sacar algo en limpio. 

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