viernes, 21 de noviembre de 2014

Y además de ser tan aristócrata... ¿qué hizo? 20141121

Si eres un personaje público de cualquier clase, España es el mejor lugar para morirte. Aquí los telediarios (sobre todo los de la desdichada TVE) amortajan a los famosos con una finura sin igual. Tras pasar por sus manos, Escrivá de Balaguer parecía un auténtico santo; Fraga, un demócrata de toda la vida; Suárez, el presidente del Gobierno más amado por los españoles; Botín, un benefactor de la humanidad... Ayer, Cayetana de Alba volvió a la vida como si fuese una duquesa de las de antes de la toma de la Bastilla. Del cotilleo rosáceo a los noticiarios por su sitio, mis colegas se las ingeniaron para llenar minutos y minutos glosando la existencia de una señora que se dedicó toda su vida a disfrutar las descomunales rentas y posesiones heredadas, sin más gracia ni aportación que una cierta capacidad (al parecer) para hacer de su capa un sayo, bailar sevillanas, casarse con tipos peculiares y cobrar de la PAC europea tres kilates al año.

No sé cuantas veces dijeron en La Uno que la duquesa era la persona con más títulos de nobleza (¿?) del mundo. Parecía que estábamos en las Españas de los Austrias, o en la delirante corte de los Borbones de final-principio de siglo (del XVIII al XIX), cuando Goya retrataba sucesiva o conjuntamente al padre idiotizado, al hijo psicópata, a la reina petarda y al sonrosado amante de ésta. Bueno... lo de atesorar cuadros del genio de Fuendetodos y de otros grandes maestros también lo resaltaron ayer los hagiógrafos. Cual si la propia Cayetana los hubiese pintado, en lugar de limitarse a heredarlos.

En fin, comprendo que queda feo hablar mal de los que acaban de trasladarse al otro mundo. Pero entre ponerse borde con ellos (salvo si lo han merecido mucho) y montarles estas ridículas efigies póstumas debería haber algún espacio intermedio, más honorable para ellos y para nosotros. La duquesa de Alba pudo ser un personaje curioso; pero aparte de los vestidos ibicencos, los apaños quirúrgicos y su vida de aristócrata ligeramente tronada, lo que simbolizó fue la pervivencia de la España más rancia y parasitaria. Aunque esté mal decirlo. 

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