miércoles, 10 de septiembre de 2014

Agrupémonos todos... los poderes fácticos 20140910

Como no entiendo de fútbol, últimamente me muestro muy cauto al hablar del Zaragoza con mis vecinos. Ellos están divididos en tres bandos: los que son del equipo a muerte, tienen enorme confianza en los señores de la Fundación, piden paciencia, abominan del afán recaudatorio de Hacienda y siguen culpando de todo al maldito Agapito; los que esperaban milagros de la susodicha Fundación y creían que con gente de pasta mandando en el club (sí, bueno... en la sociedad anónima) todo serían maravillas, victorias, golazos y virguerías, pero ahora se van desencantando porque ni rueda el dinero ni se cumple con el fisco ni se ganan partidos; por último, están los que andan hasta las narices del Zaragoza, desconfían de los actuales dueños, dudan que éstos vayan a jugarse su dinero y se tiran de los pelos al saber que las instituciones seguirán metiendo parné del común en una empresa que debe una fortuna en impuestos. Les oigo, pongo cara de haba y me pido otra cañita.

El Real Zaragoza ha evolucionado desde su era dorada en los Sesenta (cuando su directiva era un espacio de prestigio y éxito en el que los promotores-constructores niquelaban su ascenso social) hasta la demencial y reciente época agapitera, tan horrible y pringosa. Hemos de suponer que el desembarco de la Fundación, con sus ilustres apellidos y su fama de saber sacar millones de las chisteras, representa un retorno a los viejos buenos tiempos. Ahora sólo faltaría encontrar unos cuantos magníficos como aquellos de la alineación que iba de Yarza a Lapetra. Eso lo veo muy difícil (aun siendo lego en la materia). Lo que sí doy por hecho es que la presencia de ciertos personajes en el palco presidencial de la desastrada Romareda tiene un gran valor simbólico. En diversos ámbitos aragoneses (y el fútbol no pasa de ser el más manido de todos), familias e individuos identificados con los más tradicionales poderes fácticos (orden y dinero) se agrupan para incrementar su influencia y planificar juntos el futuro. No hablo de políticos (ni siquiera de los del PP), sino de otra clase de casta: la de verdad.

JLT  10/09/2014

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