lunes, 15 de septiembre de 2014

Es todo (de momento) sobre el 'tema' nacional 20140915

Siendo España el fruto de una muy mala construcción nacional, sus periferias secesionistas tampoco han llegado a construir imaginarios patrióticos muy razonables que digamos. Eso sí, lo han hecho en estos decenios con una convicción y una movilización social que son la envidia de los superpatriotas españoles de toda la vida.

En Cataluña han fabricado un discurso identitario fabuloso, en el que Guifré El Pilós diseña la oriflama papal y la compleja Guerra de Sucesión se convierte en una lucha por la libertad. Así, intelectuales orgánicos próximos a las radicales CUP explican con mucha seriedad porqué, en 1714, el austracismo (o sea apoyar la causa de los Habsburgo en la pugna por el trono de las Españas, tal que hicieron Aragón y Cataluña) era más emancipador o razonable que el borbonismo. Como si aquel litigio dinástico no fuese parte del gran juego que se llevaban entre manos las potencias europeas del momento, monarquías absolutas todas ellas. Leyendas del lejano pasado. Es curioso: los nacionalistas catalanes hablan de las rebeliones contra Felipe IV (por cierto... ¡un austria!) o del sitio de Barcelona pero se sienten incómodos si traes a colación la adhesión a Franco de la burguesía catalana (y catalanista), agradecida tras haberse librado de anarquistas y comunistas. Por la misma regla de tres, tampoco admiten debates relativos al fracaso sucesivo de su derecha y sus izquierdas (CiU y el Tripartito, sucesivamente) al frente de la Generalitat, fracaso táctico y estratégico que ha sido el detonante de la última explosión soberanista. De la corrupción, ni hablamos.

La Cataluña (o más bien las Cataluñas) que aspira a independizarse se aferra a un constructo capaz de ganar espacio y fuerza con cada desaire y cada humillación (reales o imaginarias). Además se ha encarnado con éxito en una opción política de naturaleza emocional y argumentario simplicísimo, capaz de ofrecer una salida fácil al tremendo laberinto de la crisis y sus consecuencias. El problema es muy serio. Y no desaparecerá porque Rajoy se haga el Don Tancredo subido a la Constitución. El conflicto seguirá ahí. Cada vez más enconado. 

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