miércoles, 18 de noviembre de 2015

Contra el terror, libertad e inteligencia 20151118

Tiempo de obviedades. Hay que luchar contra el terror yihadista y sus fanáticos agentes. Pues claro. La clave está en cómo hacerlo para obtener buenos resultados. ¿Bombardeando con nuestros reactores de última generación? Sí... si se sabe dónde, cómo y para qué. Desde el 11-S del 2001, sobre el teatro de operaciones que va desde Asia Central al Mediterráneo han caído (por cuenta de Estados Unidos, Israel, diversos países europeos y algún gobierno local) enormes cantidades de bombas, misiles y artefactos letales de todo tipo. ¿Y? El problema no sólo radica en los famosos daños colaterales (decenas de miles de inocentes muertos y millones de desplazados), sino en la inutilidad de tal apocalipsis. Las cosas van cada vez peor. Por si Al Qaeda y sus franquicias eran poca amenaza, ahora ha surgido el Estado Islámico. Se ha desencadenado una guerra poliédrica en gran parte del ámbito islámico. El enfrentamiento entre sunníes y chiíes, interactúa con los viejos conflictos en Kurdistán, Palestina, Yemen y Magreb-Sahel. En buena medida, Occidente sembró esos vientos. Ahora, los efectos de la tempestad nos alcanzan sin remedio.

Para luchar contra el fanatismo yihadista es preciso convertir la libertad en un baluarte, la piedad en un argumento y la inteligencia en un arma decisiva. El Estado Islámico utiliza vehículos, equipos de comunicaciones y armas fabricados en países no musulmanes. ¿Cómo han llegado a su poder? ¿Cómo transporta y vende el petróleo de los pozos y refinerías capturados? ¿Cómo recibe y mueve los fondos procedentes de organizaciones privadas de Arabia Saudí y Emiratos?

Restringiendo nuestros derechos constitucionales o desplegando en las ciudades de Europa soldados armados hasta los dientes no se lucha contra el terror, se le hace el juego. Hay que potenciar los recursos policiales, investigar, encontrar aliados entre los magrebíes y árabes laicos (no entre las malditas monarquías wahabíes), estudiar las implicaciones estratégicas de cada movimiento... y no convertir la simplificación del problema en un ejercicio de oportunismo político (como hace ahora Hollande). Es obvio.

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