Antes de entrar a matar(se), los terroristas del Estado Islámico o
Al Qaeda gritan "¡Dios es grande!", definiendo así la primera incógnita
fundamental de esta compleja ecuación cuya solución nos lleva de calle.
Por ello, cuando pasó lo de las Torres gemelas, algunos analistas se
dejaron llevar por la sinceridad y se preguntaron abiertamente si el
problema no era... Dios. Catorce años después no cabe duda: lo es.
Mientras las sociedades musulmanas se identifiquen con un dogma de fe,
no podremos entendernos bien con ellas. A la postre, la única salida del
Islam es hacer lo que hizo Occidente: convertir la religión en una mera
opción personal, separándola del orden político, de la confección de
las leyes y de la definición de la moral natural. Nadie mejor que
los españoles para saberlo, porque aquí la jerarquía católica intentó
hasta el último minuto (aún lo intenta a veces) controlar la vida de las
gentes mediante elementos coercitivos.
Dicho lo cual, yo paso de entrar en el debate sobre si ahora hay que ser halcón o paloma
en la réplica al terrorismo yihadista. Porque la contradicción a la
hora de concretar dicha réplica no se plantea entre quienes echan fuego
por la boca y exigen un implacable bombardeo que acabe con el Estado
Islámico, y aquellos otros que intentan razonar la situación y abrir una
estrategia dirigida a obtener la estabilización del Norte de África,
Oriente Medio y Asia Central. Esto no va de realismo o buenismo ni de
pacifismo o belicismo ni de similares dilemas. La cuestión radica en
cómo abordar la lucha contra los fanáticos criminales sin darles la
razón, sin crear condiciones que les favorezcan y sin permitirles que
sigan medrando y matando. O sea, ser eficaces o no serlo. Y hasta ahora
las intervenciones armadas de Estados Unidos y sus aliados no lo han
sido, bien al contrario. Si no, ¿cómo puede ser que la capital
administrativa y militar de Europa y Occidente, Bruselas, estuviese ayer
paralizada y en estado de sitio? Mal iremos si Hollande imita a Bush y si todos perdemos los nervios. Aquí es preciso luchar para ganar. Y la paz es, no se olvide, el único camino a la victoria.
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