lunes, 9 de noviembre de 2015

Hay que saber administrar las decepciones 20151109

Que no, que no bajarán del cielo ángeles y arcángeles capaces de iluminar y transformar la oscurecida política española. Si alguno de ustedes creen que Podemos o Ciudadanos, por su naturaleza juvenil y fresca, van a darle la vuelta a la situación ipso facto, lo tienen claro. Lo cual, por cierto, no significa que los nuevos partidos (cuyas circunstancias, además, son bien distintas) no sean un fenómeno muy interesante y sin duda positivo; pero milagros no harán. Es imposible.

No se angustien por ello. La vida consiste, entre otras cosas, en superar con ecuanimidad los desengaños grandes y pequeños. Sin aspavientos ni victimismos ni pendulazos.

Verán. Cuando a finales de los Sesenta pasé de la cándida adolescencia a una apasionada e insurrecta juventud, me influyeron simultáneamente lecturas, músicas y películas que llenaron de novedad y color mi vida de chico español de provincias. Los libros de reportajes de Reed, las apasionantes memorias de León Bronstein Trotski, la poesía combativa de Hernández y Neruda, los panfletos fílmicos de Eisenstein... Pero también los escritores de la generación beat (Kerouac, Ginsberg, Burroughs), el rock, el mejor Hollywood. Ahí me enganché a la psicodelia y el socialismo, a la libertad sin freno y la fe revolucionaria. ¿Qué otra cosa cabía hacer a los dieciocho años en aquella horrible España?

Luego, claro, leí a Solzhenitsyn, a Koestler y a London. Supe de los horrores del estalinismo. Transité por el camino de la decepción y el escepticismo. Y no hace mucho ha caído en mis manos la autobiografía de Carolyn Cassady, la esposa de Neal Cassady (personaje que inspiró novelas y poemas), la amante de Jack Kerouac, la amiga de Allen Ginsberg... Y su testimonio describe no a los héroes culturales que yo suponía, sino a unas mujeres y hombres (empezando por ella misma) llenos de limitaciones, complejos, egoísmos y fobias. En algunos momentos, unos auténticos mierdas.

Pero, qué quieren que les diga... No he renunciado a mis esperanzas y aficiones juveniles, al menos no del todo. No sufro ni lloro. A la postre, siempre supe que los ángeles no existen.

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