lunes, 29 de abril de 2013

De las herencias y de cómo administrarlas 20130429

Sí, Rajoy recibió en herencia una situación muy complicada. Zapatero había manejado fatal el arranque de este ajuste de cuentas que llamamos crisis, y el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria arrojaba sobre el país la metralla de una deuda privada, buena parte de la cual estaba ya convirtiéndose en pública (para eso se había reformado la inmaculada Constitución, ¿no?). Más aún, el PP rampante heredaba de sí mismo agujeros tan acojonantes como el generado por la Comunidad Valenciana o el Ayuntamiento de Madrid. O sea, que tenía tajo por delante si había de resolver la situación, como había prometido (en falso) una y mil veces.

El paso de los meses está convirtiendo la herencia recibida en una excusa de los actuales administradores, que pretenden seguir achacando a sus predecesores lo que ya es consecuencia directa de sus propios actos. La Reforma Laboral, por ejemplo, ha venido seguida de una destrucción de empleo sin parangón. La recesión es cada vez más profunda. La deuda pública ha crecido en proporciones superiores a las que se conocieron antes del 2011. El desplome económico ha creado un círculo vicioso de caída de ingresos, descenso del consumo, cierres empresariales y empobrecimiento general. Aquella pésima herencia es ahora un desastre mucho mayor.

Pero Mariano Rajoy no sólo heredó ruinas. Ni mucho menos. A él le llegó un país dotado de muy buenos servicios públicos, uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, una educación más que aceptable (con una Universidad barata pero eficaz, como comprueban ahora en Alemania y otros países receptores de nuestros titulados) y unas infraestructuras de primera, perfectamente validas para desarrollar la economía productiva. Por desgracia, todo esto está siendo derruido con una alegría y una fruición que dejan pasmado a cualquiera.

A estas alturas, la herencia recibida no puede ser la coartada para dejar a España sin futuro. Si Rajoy (como le pasó a Zapatero) no sabe salir del berenjenal, que se vaya; y en todo caso, que afronte de una vez su responsabilidad. Vale ya de niñerías. 

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