lunes, 11 de mayo de 2015

No está claro si pesa más la marca o los candidatos 20150511

Habrá que cuidar a Nayim. Debería durarnos otros treinta años más, hasta hacerse presente en el cincuenta aniversario (bodas de oro, oigan) de aquella Recopa y aquel gol convertidos por la ley de la gravedad histórica en el más importante hito aragonés de los últimos decenios. En esta tierra donde (según la última encuesta del CIS) dos terceras partes de los ciudadanos no imaginan quién podría ser su futura/o presidenta/e (el 20% sugieren que Rudi; el 10%, que Lambán), parece imprescindible mantener en el altar de la patria chica algún personaje reconocible. Podría ser otro futbolista capaz de hacer guá desde muy lejos. Pero no está muy claro que el Real Zaragoza pueda situarse a medio plazo en condiciones de ganar algo más que un trabajoso ascenso a Primera. Lo cual nos lleva a otro asunto crucial en esta campaña: si van a pesar más las marcas electorales o la personalidad de los candidatos. Eso, asumiendo con nostalgia que José Antonio Labordeta, el último mito del Aragón eterno, ya no está entre nosotros.
Si fuésemos madrileños podríamos optar entre gente tan interesante como el filósofo Gabilondo (PSOE), la jueza Carmena (Ahora Madrid) o el poeta García Montero (IU), todos los cuales, por cierto, hubieran sido perfectamente capaces de integrar una sola candidatura y plantarle cara a la derecha de tú a tú sin tanta sopa de siglas. O bien, si caminásemos por la acera de enfrente, tendríamos la posibilidad de adjudicar el voto a las dos caras del PP: Aguirre, la versión reaccionaria-populista, y Cifuentes, la liberal dentro de un orden. Ahí no cabe duda de que los personajes son cuando menos tan importantes como la etiqueta que les identifica. Sin embargo, en Aragón y sus mayores ciudades el factor humano no está tan claro. En realidad está más bien oscuro y en algunos casos, fundido al negro.
En apenas un año, Echenique, el físico cuyo ídem tanto recuerda a Stephen Hawking, se ha convertido en el candidato más nuevo, más significativo y con mayor impronta. No tiene la cosa tanto mérito, porque los demás son viejos conocidos (algunos viejísimos) o bien perfectos desconocidos, y tanto los unos (Rudi, Lambán, Soro, Aliaga, Suárez, Pérez Anadón, Martín...) como los otros (Santisteve, Gaspar, Lajara, Martínez...) no parecen capaces de despertar grandes entusiasmos en la escamada e incrédula parroquia. Hay casos especiales, si me permiten la licencia. Por ejemplo el de la alcaldesa de Huesca Ana Alós, que pretende repetir con su peatonalización y su buen rollito... O el de Patricia Luquin, veterana tan amable y de tan limpia trayectoria que tiene partido el corazón de las izquierdas, pues son muchos los que desean apoyarla en las urnas, pero... ¿y si luego resulta que IU se desinfla?, ¿no sería más útil reservar la papeleta para Podemos?
Es difícil suponer que los aspirantes más conocidos y trillados puedan hacer creíbles sus ofertas. Ninguno de ellos (salvo figuras secundarias que se han destacado en gestiones municipales exitosas) ha roto la pana en anteriores destinos. Y a quienes ya han gobernado siempre se les podrá reprochar que, cuando tenían la oportunidad, no hicieron lo que ahora prometen.

En la política aragonesa impera la rutina. Los mecanismos de cooptación impuestos por los aparatos y el largo recorrido de los protagonistas acaba por desgastar los presuntos liderazgos hasta convertir la marca, las siglas del partido o coalición, en el principal tirón de las candidaturas tradicionales. El PP, suele decirse, aguantaría su suelo aunque presentase a la mona Chita. Falta por saber si en el caso del PSOE pasará lo mismo. Las formaciones nuevas se han esforzado de manera desigual a la hora de buscar caras interesantes que llevar a sus carteles. Cuando menos, las primarias abiertas (como las llevadas a cabo por Zaragoza en Común) han permitido confeccionar listas más oxigenadas y sorprendentes. Claro que ese método de selección ha sido la excepción y no la regla. Dejando al margen los pueblos y sus respectivos mundillos, las siglas y lo que se mueve tras ellas van a ser, una vez más, el elemento básico de la oferta electoral. Aquí no hay filósofos ni juezas ni poetas. Además... ¿alguien sabría dar los nombres de quienes ocupan el segundo, tercer o cuarto lugar en las diversas listas?

Tal vez esta situación explique el hecho de que la campaña se esté desarrollando en lo que podríamos denominar un perfil bajo. Se supone que en esta carrera corre el caballo (la marca) y por tanto los jinetes-candidatos deben limitarse a seguir el guión y procurar no meter la pata. Pero todavía no hemos asistido a los mítines centrales y tal vez en ellos alguien diga o haga algo relevante.

En el día del feliz aniversario (veinte años de aquella jornada de gloria futbolística en París), los candidatos pasaron el domingo inmersos en la actividad (o el espectáculo) deportivo. Por la mañana, los de Zaragoza en Común corrieron la media maratón (que tiene su mérito) y los de Ciudadanos remaron en el Ebro (trasvasistas pero piragüistas, oye). Además, tanto el partido del CAI como el del Zaragoza atrajeron a primeros espadas del PP, IU, y también C's (incluso de otras formaciones, aunque a éstos yo no los vi). Suma y sigue.

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