sábado, 18 de junio de 2016

La campaña y las encuestas, planas 20160618

Una semana más en este plan puede ser insufrible. Porque la campaña se ha estancado de manera irremediable. Lo mismo que las encuestas. Los trackings u oleadas superpuestas (vean el de GESOP que publica este diario) salen ya planos, girando inexorablemente en torno a sus propios márgenes de error: un escaño que cambia de signo, un par de décimas de más o de menos. Se acabaron los sobresaltos. Salvo los que ya venía arrastrando cada partido. La coyuntura está tan quieta, tan aparentemente congelada, que los más catastrofistas o los más cachondos advierten de que, en el peor de los casos, a la tercera va la vencida. Pero de eso... mejor ni hablar.

A vueltas con los números

Es imposible elaborar nuevos argumentos. La economía, el déficit, los servicios públicos, las pensiones, las malas intenciones de los otros, las buenas intenciones propias, Cataluña, España... Todo ha sido objeto de sucesivos debates, pactos frustrados y encontronazos electorales a lo largo del 2015 y del año en curso. La imaginación de ejecutivas y asesores no da más de sí. Ayer, por ejemplo, los socialistas, que parecen ir despertando del shock que les produjeron los primeros sondeos, rebatiendo de manera categórica el programa de Unidos Podemos en todo lo referido a presupuestos, déficit y fiscalidad. También negaron el sorpasso, con una interpretación propia de las encuestas y la convicción de que van a movilizar medio millón de votos suplementarios de gente suya que no está dispuesta a tolerar que los de Pablo Iglesias se les suban a la chepa. Estos, por boca de Alberto Garzón, se ven, sin embargo, a sólo tres puntos de uin PP «aterrorizado».

Tal vez sea así, pero lo cierto es que en estos momentos los augurios parecen haberse fosilizado. Tanto en los resultados posibles como en las tendencias que podrían desarrollarse de aquí al 26-J. Por otra parte, la Ley d’Hont tiene sus peculiaridades. Tradicionalmente, en un escenario de bipartidismo casi perfecto, ha funcionado como un sistema proporcional en las grandes circunscripciones aunque mayoritario en las pequeñas. Ahora, cuando las diferencias entre la formación más votada y la segunda e incluso la tercera se mueven en unos pocos puntos porcentuales, las tornas han cambiado. PP y PSOE ya no se lo llevan todo, ni mucho menos.

Por eso cada cual pretende demostrar a la ciudadanía que el suyo es el voto más útil. Y todavía se mantiene ese equívoco según el cual cabe hablar de victoria electoral obteniendo menos del 30% de los votos. Un error que ya causó estragos tras el 20-D, cuando los partidos habitualmente mayoritarios se empeñaron en comportarse como si siquieran siéndolo, contra la más elemental lógica aritmética.

Claro que cada cual maneja los números como le place. José Manuel García-Margallo, al comentar la posibilidad de que En Comú Podem sea la formación más votada en Cataluña afirmó que los votantes, a veces, «se equivocan». Y agregó: «Don Adolfo Hitler (sic) llegó a ser canciller del Reich pasando de 12 a 107 escaños y por tanto teniendo la mayoría de Alemania». Ada Colau y los de Podemos pusieron el grito en el cielo por tan inapropiada comparación. Pero, al margen de tal reacción, lo cierto es que el ministro en funciones no estuvo acertado en nada. En realidad, Hitler fue nombrado canciller tras las elecciones del 6 de noviembre de 1932, donde sólo obtuvo el 33,09% de los votos (los socialdemócratas, el 20,43%; los comunistas, el 16,86%), perdiendo dos millones de sufragios respecto de los comicios habidos en julio de aquel mismo año. Se quedó muy lejos de la mayoría absoluta. Si acabó encabezando el gobierno fue gracias a la debilidad del senil mariscal Hindenburg, al apoyo de los conservadores... y a la división de la izquierda alemana.

Melodrama o comedia

Nada que ver, por suerte, con lo que tenemos hoy entre manos (salvo incidentes puntuales e incruentos, como cuando ayer activistas de extrema derecha quisieron reventar un acto de Unidos Podemos en Madrid). Aquí, la puesta en escena electoral tiene que ver más bien con el melodrama, como cuando ayer la vicepresidenta en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría, proclamó que su destino político ha estado y está ligado al de Mariano Rajoy (por si alguien la ponía en la quiniela de candidatos a sucesor/a). O con la comedia, como está pasando con el súbito amor (político) de Iglesias a José Luis Rodríguez Zapatero, que ha obligado a Pedro Sánchez y otros dirigentes del PSOE a establecer una especie de jucio crítico sobre la presidencia de su compañero. Quien, recuerdan, modificó el artículo 135 de la Constitución, inició la reforma laboral y tomó alguna otra decisión que Unidos Podemos pretende anular. Por su parte el propio Zapatero, encantado de la vida, ha entendido que los elogios a su figura son una muestra «de respeto y reconocimiento al PSOE».

Dimes, diretes, provocaciones y gags. La cosa no da más de sí. Cabe imaginar que durante la próxima semana, en la recta final de la campaña, unos y otros intentarán atraer la atención del público con algún nuevo truco. Mientras, en el forcejeo para ganarse la voluntad de los indecisos nadie quiere meter la pata. Mejor repetirse que salirse del tiesto.

Y aunque parecía que no, sigue habiendo mítines. Concurridísimos algunos. Unidos Podemos ha reunido a miles de personas en Barcelona o Palma de Mallorca. El PSOE cambió ayer sobre la marcha su fiesta en Valencia porque el aforo del recinto seleccionado inicialmente se les había quedado pequeño. Rajoy (que acertó previamente el resultado del partido de nuestra futbolera Selección) recorre España prodigándose en actos donde tampoco faltan parroquianos. Aunque parezca mentira, mucha gente sigue interesada en la política.
 

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