lunes, 7 de mayo de 2012

Fue la burbuja, la maldita burbuja 20120507

Todo empezó y acabó en la especulación del suelo. Durante treinta años, los cárteles inmobiliarios y sus inmundos cómplices políticos hicieron del solar y el ladrillo una bomba inestable que finalmente les estalló en la cara. Nada de esto habría ocurrido si España hubiera tenido una planificación urbanística razonable y transparente o mejor aún un sistema a la noruega: el suelo es de titularidad pública y se alquila a los particulares por módicos precios y largos periodos para que construyan sus casas. Por eso en otros países europeos la vivienda es asequible y todo el dineral que aquí hemos metido en el pútrido negocio inmobiliario allí ha capitalizado la economía productiva.

El 90% de los problemas que aquejan a la economía española (el desempleo, la toxicidad bancaria, la inmensa deuda privada, la creciente deuda pública, el fraude fiscal) tiene que ver con la burbuja especulativa. Hinchado por un crédito sin límites aparentes, el globo creció y creció, mientras presumíamos de construir más viviendas que Alemania, Francia e Italia juntas. Muchas industrias locales se vendieron a compañías extranjeras y el dinero obtenido fue directo al ladrilleo, donde el beneficio solo requería estar en línea con quienes recalificaban suelo. A su vez, las instituciones ingresaban más y más pasta procedente de licencias, plusvalías y otras gangas. Con los terrenos de titularidad pública arrojados también a la pira de la especulación, los desvíos presupuestarios parecían tener fácil solución. La varita recalificadora garantizaba los rotos de los diversos gobiernos, el deshueve de bancos y cajas, el mamoneo de los clubes de fútbol... cualquier cosa.

Ahora nos dicen que es preciso abaratar los costes laborales (¿más aún?), privatizar los servicios públicos y poner el país en almoneda. Y sin embargo la industria superviviente exporta, los salarios españoles están por debajo de la media europea y los servicios públicos parecen perfectamente viables si son bien administrados. Aquí, antes de nada, es necesario meter en cintura a los sinvergüenzas, a los especuladores, a los que se han hecho de oro sin arriesgar un chavo. Pero esos, claro, son intocables. De momento.

JOSÉ LUIS Trasobares 07/05/2012

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