Entre mis colegas ha causado sensación la compra del Washington Post
por el amo de Amazon, la editora virtual. El impacto de esta noticia
casi ha sido tan sensacional (en términos relativos) como el causado por
el aterrizaje de un Jumbo en Caudé. Pero tales novedades no son
sino la carátula de un disco que todavía no ha sonado. Imaginar que los
magos de los grandísimos negocios on line (cuya máxima habilidad
ha consistido en ocupar posiciones monopolistas en algún ámbito de la
actividad electrónica) van a resolver la crisis absoluta del negocio de
la información es tan aventurado como dar por sentado que la llegada a
Teruel de un tetrarreactor compensará ipso facto las multimillonarias
inversiones públicas destinadas a las infraestructuras del aeródromo
turolense. Y conste que si ambas posibilidades se convirtieran en
estupendas realidades nadie se alegraría más que yo; en mi doble
condición de periodista y contribuyente. Amén.
Vivimos una época
brillante, espectacular, falsaria y breve. Nadie se acuerda de lo que se
dijo y de lo que pasó hace apenas un año. Porque lo dicho y lo
ocurrido, en realidad, no tuvieron nada que ver. El día en que los
expertos en teoría de la comunicación analicen los medios españoles
(¡sobre todo los aragoneses!) en la secuencia anual iniciada a partir de
los 90, descubrirán la mentira de unas versiones oficiales santificadas
por los medios. Unos medios ( y ahora estoy pensando en el Post o en su primo el Times
neoyorkino) que dieron por buena la existencia de armas de destrucción
masiva en Irak y se acojonaron cuando era preciso poner de relieve las
mentiras de Bush como en los 70 se pusieron de manifiesto las mentiras de Nixon.
Quizás los periodistas estemos de más en estos extravagantes tiempos.
Pero en todo caso sigue habiendo una notable diferencia entre la verdad y
la mentira. Si el multimillonario patrono de Amazon descubre un modelo
(razonable) de negocio periodístico en el espacio digital, yo mismo
loaré su logro. Solo que antes tendré que verlo. Igual que la viabilidad
económica del aeródromo de Caudé. Vamos, digo.
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