martes, 8 de diciembre de 2015

La tele es la tribuna 20151208

El debate fue interesante. Y tuvo nivel. No resultaba fácil, al apagarse los focos, señalar un ganador. Los representantes de los partidos nuevos estuvieron a la altura, pero los de los viejos demostraron que aún tienen fuelle, tablas y argumentario. Novedades, ninguna. Aquí está todo el pescado vendido. Por encima de todo, la televisión demostró ser el mejor escaparate, un escenario obligado. Casi definitivo.

La tele es la tribuna. Es el Jeu de Paume parisino, la esquina de los speakers en Londres, el estribo de un vagón de tren en la Estación de Finlandia en Petrogrado, un escenario o una simple tarima donde se yergue el orador para encandilar a la audiencia... El liderazgo y los votos se ganan ahora en los platós, y tal circunstancia no parece en lo esencial tan diferente de aquellas otras. Se convence con las ideas, pero también con la palabra y con el lenguaje corporal, con la oratoria y el gesto. Por eso ayer había tanta expectación en torno al debate organizado por Atresmedia, ese debate al que Rajoy no quiso ir y fue sustituido por su vice, quien defendió con resolución (quizás un tanto envarada) a su jefe y al Gobierno que ambos han codirigido. Muy seguro tiene que estar el actual presidente o muy pagado de su propia importancia para ausentarse así en una campaña tan inequívocamente kennedyana.

Los argumentos respectivos están ya muy trillados. Vivimos una campaña que no es sino la llegada a meta tras un maratón político prolongado durante año y medio. Todos han dicho hace tiempo lo que tenían que decir. Por eso en la noche de ayer no se oyó nada que rompiera los esquemas previos. Sáenz de Santamaría jugó contra todos, con alguna ocasional muestra de comprensión por parte de Rivera, quien tampoco se privó de criticar con dureza al PP, y los ataques, educados siempre, de Sánchez e Iglesias, los cuales mantenían a la vez su propio y particular pulso. Se notó que PSOE y Podemos, como PP y Ciudadanos, se disputan similares espacios electorales.

Ciudadanos y Podemos reclaman, respectivamente, un retorno al momento más diáfano de la Transición o un reseteo total de la misma. El PP aspira a mantener la situación, llevándola, reforma a reforma, hacia modelos ultraliberales. El PSOE intenta combinar el clasicismo socialdemócrata con algún tipo de renovación. Viejos y nuevos partidos contraponen el valor de la experiencia a la garantía de llegar a la política limpios de polvo y paja. El partido del Gobierno vende recuperación; los demás la ponen en tela de juicio. Nadie ignora (aunque en el PP no quieran hablar de ello) que en 2016 el Eurogrupo exigirá nuevos ajustes, mayor desregulación del mercado laboral y una reorganización (a la baja) de las pensiones, porque con contratos basura y sueldos inferiores a mil euros mensuales el actual sistema es insostenible (se lo dijeron ayer a Soraya, tanto Iglesias como Sánchez). De hecho, los desequilibrios financieros (el Estado español debe ya un billón de euros, y sólo las intervenciones favorables del Banco Central Europeo permiten sostener semejante deuda), al igual que otros asuntos de los que ayer se habló más de pasada: la lucha contra el terrorismo yihadista, el modelo territorial o la cuestión medioambiental están ahí, esperando sin más a que pase Reyes. Y ojo con la corrupción. Deslizándose por el submundo de los sótanos económicos corren ahora mismo reptiles muy gordos: la leve multa a Iberdrola por forrarse manipulando las tarifas, el derrumbamiento de Abengoa, la escandalosa sustitución del despilfarrador presidente de Indra (empresa en la que el Estado es accionista de referencia) pasan casi desapercibidas, pero evidencian que en este país no ha desaparecido la impunidad. 

Sólo cabían y caben debates a cuatro. Como mínimo, porque Garzón y Herzog también tendrían mucho que decir. El cara a cara Rajoy-Sánchez que montará Televisión Española no podrá reflejar la realidad española.

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