domingo, 20 de diciembre de 2015

Lo que la campaña se dejó en el tintero 20151220

Ha sido, al parecer, una campaña barata, en la que ninguna fuerza política ha hecho demasiados alardes publicitarios. Tampoco han abundado los grandes mítines. Ninguno de los celebrados ha superado los diez mil asistentes. Adiós a los llenos hasta la bandera en las plazas de toros. Sorprendente el modestísimo arrastre de Mariano Rajoy, muy por detrás, en lo que a capacidad de convocatoria se refiere, de Pablo Iglesias, el más jaleado por sus simpatizantes, que se han movilizado por miles en las principales ciudades. Aunque, claro, llenar pabellones de deportes ya no es la clave: la televisión, los debates, las entrevistas, los spots y el tráfico de mensajes en las redes sociales se han convertido en un escenario transmedia, en el cual se han ventilado las diferencias entre candidaturas, se ha intentado convencer a los numerosos (¿o no tantos?) indecisos y se han expuesto los respectivos argumentarios.

¿Programas? Todos han presumido de tener el mejor. Ninguno ha explicitado gran cosa el suyo. Los mensajes de los candidatos, desde el mismísimo Rajoy hasta Alberto Garzón, último abanderado de la izquierda-izquierda, han sido escuetos, muy básicos, muy repetidos, muy genéricos... con notoria carga emotiva. Lo mismo que los lemas de campaña, perfectamente intercambiables entre sí. El PP ha vendido experiencia, estabilidad, empleo y unidad nacional. El PSOE, su utilidad como único partido capaz de vencer a la derecha y defender los derechos sociales. Podemos, una transformación destinada a recuperar la soberanía popular y poner coto a la corrupción. Ciudadanos, la recuperación de los grandes consensos en un nuevo clima de ilusión y transparencia. Unidad Popular-IU, la coherencia de una trayectoria y un programa sin concesiones a la corrección política. UPD, una propuesta razonable, honesta, centrada y sin contaminar por intereses ajenos. Y para comunicar esas ofertas cada cual ha llevado a sus altavoces la convicción de tener la victoria al alcance de la mano, o la sinceridad fundamental de quien ha sido desprovisto de medios para lograr con facilidad dicha victoria... o la implícita advertencia de que votar a otros podría comportar algún tipo de riesgo (económico, se entiende).

En el tintero se han quedado cuestiones muy importantes. Esta campaña, que se ha celebrado en paralelo a la Cumbre del Clima en París, prácticamente no ha contenido alusiones al problema del calentamiento global ni a las cuestiones medioambientales. Casi no se ha hablado del drama de los refugiados ni, en general, de política internacional... Pero lo más asombroso ha sido cómo el encaje territorial de España y el desafío soberanista en Cataluña ha quedado relegado a un segundo plano, salvo en el caso de Podemos, que ha convertido a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en una de sus estrellas (aun no siendo candidata) y ha escenificado con ella y con la oferta de un referéndum algún tipo de reconciliación o de reunión de la España central y la periférica. PP y PSOE han soslayado el tema (por ejemplo en el cara a cara entre Rajoy y Pedro Sánchez), quizás porque, al mismo tiempo, el independentismo catalán ha ido quedándose, aparentemente, sin fuelle.

Al final, las encuestas y los posibles pactos han conformado en perfecta interacción el gran meollo de la campaña. Por una razón obvia. Es seguro que no habrá mayorías absolutas. Luego los acuerdos serán imprescindibles desde el primer minuto. ¿Que acuerdos? Ésa es la cuestión. La opinión pública ha entendido que al final habrán de imponerse los ejes tradicionales: derecha-centroderecha (PP-Ciudadanos) de una parte, e izquierda-centroizquierda (PSOE-Podemos) de otra. Pero si los resultados no cuadran sumas mayoritarias, la situación podría complicarse mucho. Por su parte, algunos candidatos han establecido al respecto compromisos de muy difícil cumplimiento. Dijeran lo que dijesen a lo largo de estos días, todo queda abierto y bien abierto. Como nunca.

Un último guiño del cronista. Es muy posible que esta noche periodistas y tertulianos maticen alguna victoria electoral con el adjetivo pírrica. Un antiguo cliché. En el 280 antes de Cristo, Pirro, rey del Épiro, cruzó el Adriático hasta Italia para ayudar a sus aliados de Tarento contra la Roma republicana. Con una enorme falange formada por veinte mil hoplitas, la caballería y un escuadrón de elefantes de guerra venció por dos veces a las legiones. Pero sufrió tantas bajas que cada vez gritaba sobre el campo de batalla: "¡Otra victoria como ésta y me quedaré sin ejército!". Tuvo que retirarse. La legión romana era más flexible y operativa que la pesada falange macedonia. Emergía una nueva potencia. Después, nada fue igual. O casi.

JLT  20/12/2015

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