domingo, 15 de mayo de 2016

De las floridas plazas a la pelea en el barro 20160515

Solo han pasado cinco años. Quizás sea mucho tiempo en estos tiempos donde todo va a toda pastilla. Pero que aquel movimiento político y social (espontáneo, organizado sobre la marcha) haya madurado tan deprisa... Es un milagro.
En las plazas, en la del Pilar por ejemplo, se hicieron presentes miles de jóvenes que jamás habían participado en nada parecido. Por vez primera hablaban en público y asistían a la apasionante ceremonia del debate abierto. Ponían en cuestión al sistema porque el sistema les había traicionado... traicionándose a sí mismo. Y eran conscientes de que la crisis económica (el crash del 2008) no había sido sino la antesala de una transformación global profundamente reaccionaria dirigida por el capital financiero. Allí se juntaron cuadros de los sindicatos estudiantiles, colectivos alternativos, grupos configurados a través de internet y otros jóvenes entrenados para el debate en lugares tan peculiares como los campamentos de scouts. Luego llegaron viejos supervivientes de las izquierdas más o menos alternativas, veteranos de los 70, activistas que aún querían guerra, ciudadanos anónimos arrebatados por la ilusión, radicales, frikis, curiosos... Esos fueron los ingredientes humanos de un movimiento que desbordó al stablishment y provocó el pasmo de los partidos habituales (soprendidos en plena campaña electoral).

Frente a quienes minusvaloraban o despreciaban abiertamente al 15-M, era fácil ver que aquello tenía cuajo y daba respuesta a la indignación de una ciudadanía harta de la codicia, la insolencia y la mala fe de las élites (la política y la económica). En las plazas, es verdad, se elaboraban resoluciones y manifiestos ingenuos, muy alejados de lo que podría considerarse un programa. Pero en aquella atmósfera naif había algo. Algo.

Cinco años después, el 15-M ha desembocado en una transformación profunda del panorama político. La irrupción de Podemos, sus confluencias, las plataformas En Común, la agitación actual es la consecuencia evidente. Incluso Ciudadanos pretende tener algún cromosoma quincemayista en su ADN. Los partidos tradicionales también han incorporado a su verticalismo habitual algunos tics participativos. Y de esta forma la alegre (e incompetente) fiesta democrática de las plazas ha llegado a las instituciones. Nadie podía imaginar hace un lustro que algunos de los que andaban por el campamento de la plaza del Pilar iban a gobernar el ayuntamiento de la ciudad. 

En cinco años, de las floridas plazas okupadas al barro de la lucha y la gestión política. Era un salto inevitable. No vale limitarse a describir los problemas, hay que intentar resolverlos. Solo que eso... quizás no se aprenda en tan poco tiempo. 

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