martes, 23 de agosto de 2016

Cuando los 'bicífobos' se quedaron mudos 20160823

La rencorosa bicifobia que moviliza a no pocas personas, enfurecidas por el supuesto desafío de las frágiles bicicletas a los poderosos automóviles, ha llegado a su particular catarsis estos días de trágicas muertes y atropellos de ciclistas. Incluso quienes hace bien poco tendían a justificar la siembra de tachuelas en los arcenes de la antigua nacional Zaragoza-Teruel, a la altura de María, han callado ante la brutalidad de lo sucedido el domingo en Botorrita y lo de ayer en Huesca (donde un camión golpeó a mi colega José María Pardina, que se encuentra en estado grave). A su vez, quienes pedaleamos de vez en cuando por los arcenes de las carreteras secundarias o supuestamente pacificadas nos hemos llenado de justa indignación. Solo faltó que la jueza dejara en libertad con cargos al desgraciado que conducía borracho (ya había protagonizado otro accidente ese mismo día) cuando aplastó a sus dos víctimas.

Algunos conductores (no todos, por fortuna) están convencidos de que los ciclistas deben esfumarse ante la presencia de sus coches, furgonetas o camiones. Desconocen el Código de Circulación, así que no aminoran la velocidad al adelantar, pasan muy cerca de quienes pedalean, tocan el claxon impacientes... Por alguna extraña razón, y a diferencia de lo que ocurre en cualquier otro país europeo, aquí existe un rechazo a los velocípedos que a veces raya en puro odio. Los obsesivos adoradores del dios automóvil están todo el día echando pestes contra cualquier cosa que pretenda coexistir en vías urbanas y carreteras con sus vehículos a motor. De las bicicletas y sus carriles propios (cuya construcción siempre provoca polémicas en redes y chats), la fobia se ha extendido, en Zaragoza, al tranvía, objeto de un rechazo inexplicable.

A la entrada de Botorrita, justo cuando arranca el repecho que sube hasta el pueblo desde la carretera nacional, un cartel advierte de que la ruta es usada por los ciclistas sábados y domingos, y los coches deben limitar su velocidad. A los dos deportistas arrollados el domingo tal regulación no les sirvió de nada. El avergonzado silencio de los bicífobos, tampoco.

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