martes, 19 de junio de 2012

...y el Sultán se adueñó de Constantinopla 20120619

Los griegos votaron como les habían mandado. No parece haberles servido de nada. Y a nosotros, tampoco. Qué decepción. Yo me las prometía muy felices el domingo cuando salí de paseo. «Zaragoza vuelve a la Edad Media», decían los reclamos. Hombre, pensé yo, retroceder hasta la era de la oscuridad parece excesivo; con regresar a los años Sesenta del siglo pasado ya tendríamos bastante, ¿no?. Mas por si acaso fui al mercado de época y presté mucha atención a los chamarileros, vendedores de quesos y dulces, halconeros, forjadores de espadas y corazas... en fin, a ver si encontraba algún nicho para sobrevivir en ese futuro que llega desde el pasado. Acabé en El Juanico tomándome una caña y una gamba con gabardina. Algo es algo. 

El paseíllo medieval y las elecciones en Grecia me llevaron a recordar la caída de Bizancio, la toma de Constantinopla por el Sultán Mehmet II. Un poco rebuscado, lo reconozco. Pero se da el caso de que a mediados del siglo XV los griegos de entonces, últimos súbditos del Imperio Romano de Oriente, estaban a punto de caer en las garras del agresivo Sultán otomano. El Basileo bizantino marchó a Roma a pedir ayuda para su ciudad cercada. El Papa y los reyes de Occidente le dijeron que sólo le echarían una mano si la Iglesia Ortodoxa renunciaba a la herejía y se subordinaba a la Católica. El emperador Constantino XI, qué remedio, aceptó. Mas al saberse aquello en Constantinopla muchos se rebelaron. ¿Por qué acceder a las exigencias de los odiados latinos?, se preguntaban. ¿Quién nos garantiza que cumplirán sus promesas? Así, divididos y angustiados, los ultimos bizantinos se aprestaron a defender las murallas de Constantinopla. Nadie les ayudó. Venecia retrasó los socorros. Génova jugó un papel equívoco y sólo algunos de sus hombres de armas echaron una mano en los últimos combates. El Rey de Aragón andaba en otros asuntos. El Papa mandó cuatro barcos con trigo y armas y de él nunca más se supo. Mehmet tomó la ciudad al asalto. Los jenízaros no tuvieron piedad. Y eso que todavía no se había inventado la prima de riesgo.

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