miércoles, 4 de marzo de 2015

Crecida en el Ebro, fracaso político 20150304

Además de provocar abundantes daños y traer zozobra y cabreo a los ribereños, la crecida del Ebro certifica con grotesca precisión el final de un ciclo político, el que se inició con el siglo y las movilizaciones contra el trasvase para acabar con los fuegos artificiales del 2008. Siempre con nuestro (¿nuestro?) río como figurante de honor. Hace tiempo que esa etapa languidece sin brillo y sin remedio. Finalmente, las inundaciones han revelado que nos gobiernan fantasmas envueltos en los lugares comunes más manoseados y menos útiles.

Estos días, las obvias limitaciones del presidente de la CHE, el regionalista De Pedro, se han puesto de manifiesto de forma clamorosa. La ministra García Tejerina demostró ayer su oportunismo y un absoluto desconocimiento de la cuenca. El Gobierno aragonés, la asociación PP-PAR, ha hecho una exhibición de inoperancia. El PSOE ha traído a Sánchez, su líder, pero sigue aferrado a los estereotipos hidrológicos más superados: la draga como solución simple y definitiva. Como en 1992, 2003 y 2007, nadie ha querido enfrentarse a la verdad y explicársela a la ciudadanía. Todavía hoy, se pretende que los efectos de la crecida se deben a escrúpulos medioambientales. Como si retirando gravas (en 2010 sacaron del cauce 120.000 metros cúbicos, miles de camiones cargados hasta los topes), pudiésemos prescindir de unas zonas de expansión que laminen las avenidas. Se olvidan las insensatas ocupaciones de zonas inundables (como esa en la que se levantó, contra toda lógica, la residencia de ancianos de Monzalbarba), las ilegalidades urbanísticas, las intervenciones a lo loco. Todo se tapa evocando el demencial objetivo de un Ebro embalsado y domado, una especie de canal de Panamá ibérico.

Por lo cual es preciso repetir a las gentes de la ribera que no se dejen embaucar, que consulten a técnicos independientes, que exijan una planificación del cauce razonable, que defiendan de verdad sus intereses... Y que pongan a los políticos en su sitio, para que este agotadísimo ciclo dé paso a algo más consistente. Antes de que todos nos volvamos locos. 

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