sábado, 14 de marzo de 2015

Medios, poder... ¿Pero qué poder?

Se ha celebrado en Huesca la XVI edición del Congreso de Periodismo Digital, que es un foro fundamental (el Foro) para el debate sobre el futuro de la información. Se presentaron proyectos, se habló de lenguajes, soportes y receptores, se analizaron estrategias... Pero también hubo sesiones dedicadas a estudiar la compleja relación entre los medios, los periodistas y el poder. En este sentido se oyeron testimonios estremecedores. Por ejemplo cuando tres colegas mexicanos describieron la situación en aquel país, donde son habituales las desapariciones y asesinatos de quienes cuentan algo que no interesa a las autoridades o al narco (a menudo, la misma cosa). Allí puede ocurrir que un alcalde, en vez de quejarse de este o aquel reportero, encargue a unos sicarios la definitiva solución del problema.

Por suerte, no es el caso de España. Aquí las presiones tienen un carácter mucho más sibilino, aunque a veces no menos eficaz en sus consecuencias. No obstante, cuando conocidos periodistas (empezando por Arsenio Escolar, director de 20 Minutos) explicaron con meridiana claridad la perniciosa naturaleza de ciertas relaciones entre medios y poder, tuve por un momento la sensación de que se centraban demasiado en los políticos. De nuevo me pregunté si la obsesión informativa por los cargos públicos, y en especial los que gobiernan las más importantes instituciones, no acaba siendo un velo que nos oculta lo que existe más allá: los fácticos, los que controlan desde la sombra.

Por supuesto, tanto Escolar como otros avisados compañeros aludieron a esos poderes semiocultos. Pero menos de lo que quizás merecen. Entidades financieras, oligopolios empresariales, promotores-constructores, familias que vienen manejando grandes negocios a lo largo de las generaciones. Ellos mueven a menudo los hilos desde el secreto de las trastiendas: copan los contratos públicos, se benefician de las reclasificaciones de suelo, obtienen fantásticas subvenciones... La escala del poder, queridos amigos, no acaba (es un suponer) en la rudi o el belloch de turno. Precisamente empieza a partir de ellos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario