miércoles, 8 de abril de 2015

Mitos electorales: el más votado 20150408

Tal y como vienen las cosas, atribuir la victoria electoral al partido más votado ya no tendrá sentido. Tampoco lo tuvo en el pasado, si el presunto ganador no alcanzaba la mayoría absoluta y carecía de algún potencial aliado cuyo apoyo le permitiese gobernar. Por eso Eloy Suárez no pudo ser alcalde de Zaragoza hace cuatro años (ni probablemente lo será en el futuro). En todo caso, ser el primero en las urnas tuvo un valor cualitativo (además de cuantitativo) cuando se alcanzaban porcentajes de voto por encima del 40%. Ahora, con perspectivas que sitúan en torno al 30% el techo de las formaciones con más pegada, hay que ponerle mucha ilusión y mucha moral al tema para considerar victorioso al que más papeletas consiga. Y si los resultados dejan equilibrados a tres o cuatro partidos con escasas diferencias entre sí y porcentajes del veintitantos por ciento, entonces habrá que prescindir de los viejos mitos y afrontar situaciones que exigirán a todos los actores tanta habilidad como transparencia, tanta firmeza como flexibilidad. O sea, la política.

El PP ha estado a punto de cambiar la Ley para que el más votado se llevase todo el premio en las municipales. Claro, porque dicho partido, aunque articulaba a toda la derecha y su trocito de centro (lo que le permitía recoger un mayor número de sufragios), no disponía de posibles socios postelectorales. Por eso quiso (y no pudo) darle la vuelta al sistema proporcional corregido. Pero las tendencias que sugieren las encuestas desde hace casi un año presentan un nuevo mapa electoral en el que varias opciones (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, más los nacionalistas periféricos) se repartirán las papeletas emitidas en proporciones igualadas y por lo tanto con porcentajes relativamente bajos. Supongamos que el número uno está en un 27% y el segundo y el tercero le pisan los talones con un 25% y un 22%, respectivamente... En tal caso no habría ganador. Todo pasaría a depender de los posteriores pactos. Por eso el PP mira ya hacia Ciudadanos, y en la otra banda PSOE y Podemos están condenados a entenderse. Gustará o no, pero la aritmética es implacable. 

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