lunes, 29 de febrero de 2016

Inocentones, amnésicos, investigados 20160229

Ya escucharon al cuñado del Rey: "No sé". "No me acuerdo". "No me ocupaba de eso"... O sea, que si él no tiene ni repajolera idea de cómo corrían los millones, imagínense su amante esposa. Ignorancia al cubo.

El caso viene a cuento de la presunción de inocencia, la pena de telediario, las filtraciones de los sumarios y otras cuestiones, sin duda peliagudas, que aparecen una y otra vez en el debate sobre la corrupción. Por no hablar de la polémica sobre dónde se sitúa el punto de no retorno a partir del cual un cargo público debe abandonar su puesto: ¿al ser investigado-imputado?, ¿al abrírsele juicio oral?, ¿al ser objeto de sentencia condenatoria en firme? El derecho al honor, el respeto a la independencia judicial y la posibilidad de que personas elegidas por el pueblo puedan ser apartadas de sus puestos por decisión de un juez (cuya neutralidad ideológica también es presunta) abonan las tesis de quienes reclaman mucha prudencia e incluso exigen mecanismos de protección para impedir el linchamiento informativo de los políticos.

El problema radica en que la corrupción aparece, más allá de toda duda razonable, como una enfermedad que corroe la salud moral, institucional y económica de España. Y la ciudadanía ha pasado del asombro a la indignación, y de ahí a reclamar una reacción que acabe con el saqueo del erario, el trato de favor a los poderes fácticos y los fraudes de todo tipo. La información es un factor clave. Si se restringe, no cabe duda de que habrá más impunidad, mucha más.

La amnesia de Urdangarín, las increíbles protestas de Aguirre y Barberá (pobres inocentonas rodeadas de ladrones), la evidente carga de prueba que emerge en cada uno de los grandes escándalos... todo contribuye a sostener la tesis de que las investigaciones y sumarios deben ser conocidos, los imputados han de dimitir ipso facto, y la grabación y difusión de las vistas orales es imprescindible. Y tal vez se produzcan errores. Pero este país necesita una cura de caballo en lo ético y lo estético. ¿O alguien cree, de verdad, que el marido de la Infanta ha sido objeto de injusticia alguna? 

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