martes, 3 de diciembre de 2013

Discúlpenme, pero no puedo remediarlo 20131203

El artículo que publiqué el domingo bajo el epígrafe El Mirador ("No me mareen más con la TCP y el Canfranc") ha levantado polvareda en las redes sociales. Es lo que suele pasar cuando se cuestionan desde el agnosticismo los sagrados mitos aragoneses. Por eso, y a riesgo de contradecirme, no me resisto a darle otra vuelta al tema de las comunicaciones transpirenaicas.

Para que conste, yo celebraría la reapertura del Canfranc, y por supuesto conozco los estudios de Crefco al respecto. Estudios, ojo, que tienen una pega fundamental: están elaborados por quienes no tienen capacidad para hacer realidad aquello que describen o presuponen. Reabrir la línea y destinarla al transporte de mercancías y a usos turísticos (en verdad el recorrido por el Somontano y el Pirineo se asoma a unos paisajes magníficos) requiere tomar decisiones y realizar gastos que no dependen de los fervorosos amigos del ferrocarril. Por eso sus propuestas, aunque inteligentes y factibles, son una carta a los Reyes Magos. Pero yo he perdido la fe y me hago preguntas dolorosas y difíciles sobre la utilidad real de la línea Canfranc-Olorón y de la soberbia estación internacional. Por no hablar de las inversiones necesarias y de los previsibles déficits de explotación. Para despejar tales dudas es preciso hacer cálculos precisos y afrontar compromisos serios. ¿Quienes? Pues las instituciones, entidades y empresas supuestamente interesadas.

Si ya no creo es porque las industrializaciones fallidas, los aeropuertos sin aviones, las infraestructuras sobredimensionadas y las apuestas temerarias me han dejado repleto de hastío y recelos. Ayer mismo, di un vistazo a las últimas cifras oficiales sobre las empresas públicas aragonesas: 250 millones de déficit acumulado en solo tres ejercicios, deudas por encima de 450 millones, cuentas opacas, pozos sin fondo. Y sí, una parte de ese gasto puede justificarse porque produce importantes retornos económicos y sociales. Pero el grueso de tal desparramo, no. Es la gravosa consecuencia de decisiones precipitadas, mal fundamentadas o manifiestamente absurdas. Ahí me duele. 

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