domingo, 1 de diciembre de 2013

No me mareen más con la TCP y el Canfranc 20131201

El primer trabajo serio que hice como periodista apareció en un extraordinario sobre el Canfranc que Heraldo sacó a la calle allá por los 70. En los 40 años transcurridos desde entonces he escrito cientos de reportajes, entrevistas, editoriales y artículos de todo tipo sobre el mismo tema. En ese tiempo me he hartado de noticias que daban por hecha la reapertura, he ironizado sobre las declaraciones de cada cumbre hispanofrancesa, he analizado el asunto del derecho y del revés... He visto, finalmente, emerger la fantasmada definitiva: la Travesía Central Pirenaica (TCP).

A estas alturas, como comprenderán, no solo soy escéptico al respecto, es que empiezo a sentirme indiferente. Estuve en la última concentración en Canfranc para reivindicar el rescate de la línea. Allí solo estaban ya los irreductibles, dispuestos a seguir luchando. Pero yo, mientras recorría vías y andenes, notaba dentro mi la crisis de fe. Poner de nuevo en marcha el Canfranc, rehabilitar la estación internacional y darle vida al entorno costaría mucho dinero (ese dinero que ahora es tan escaso y está tan caro). ¿Y para qué? Lo de la TCP, por supuesto, ni me lo planteo: es un imposible, todo el mundo lo sabe (quienes tienen que saberlo, claro) y solo sirve para calentar el imaginario aragonés y dar argumentos fáciles a nuestros inoperantes jefes.

Por eso daba por sentado que la última cumbre hispanofrancesa se despacharía con otro ya te veré, como también preveía que la Comisión Europea nos mandaría a cascarla a nosotros y al Canfranc. Pero yo soy un aragonés viejo, impasible y enterado. En cambio, otros compatriotas, según he visto en las cartas a los diarios y los foros de internet, se han puesto como motos y han echado la culpa del enésimo fiasco a los gobiernos (de España, de Francia o a los dos a un tiempo), a los catalanes (¡cómo no!) y a la nula iniciativa política de Aragón (que ni pide la independencia ni nada). Tan ingenua reacción y la amarga frustración que late en ella es la consecuencia de décadas de mentiras, falsos proyectos y demagogias.

¿Tenemos un plan serio (no una de esas milongas que nos hacen los consultings para justificar cualquier delirio) para dar utilidad al Canfranc? ¿Sabemos la manera de explotar razonablemente la línea internacional? ¿Disponemos de datos precisos sobre flujos de mercancías y pasajeros? Me temo que no. Ya nos lucimos empeñándonos en que se hiciese el fabuloso túnel de Somport... para hacerlo desembocar en una estrecha carretera de montaña en el Aspe francés. Un absurdo más. Así que ahora bien podríamos darle una vuelta a todo esto de las comunicaciones transpirenaicas de alta capacidad. Que no, que no son vitales para Aragón. ¡Pero si ya podemos ir a Paris en AVE! 

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