Lo de la reunión del ministro del
Interior con el investigado Rodrigo Rato produce incredulidad, pasmo,
vergüenza ajena y esa sensación alucinatoria que últimamente es
indisociable de cualquier aproximación a la política española. Por
supuesto Fernández Díaz debería dimitir. Pero eso no suelen hacerlo
quienes solo han hecho algo improcedente o han tenido un comportamiento
inadecuado (salvo casos excepcionales, como aquel Fernández Bermejo, que
fue pillado en situación comprometida y se fue como un caballero).
Entre muchas autoridades españolas existe la convicción de que la
soberanía popular es una entelequia. Así que todos esos remilgos
característicos de la vieja Europa democrática, donde se renuncia a un
cargo público por cualquier fruslería, no valen en la piel de toro. Aquí
un alcalde como el de Alcañiz es cazado cuando cometía un delito... y
sigue en su puesto tan pancho, con la conciencia aparentemente tranquila
porque, oye, ¡ya ha pedido perdón! Por supuesto, este individuo, como
el ministro antes citado, no es que tengan la cara de cemento armado
(que la tienen), no es que no distingan entre lo correcto y lo
incorrecto (que no distinguen), es que son unos inconscientes.
El amor obsesivo por la poltrona arrastra igualmente a quienes
pierden elecciones, han fracasado estrepitosamente en su gestión, hacen o
dicen alguna barbaridad... Se escudan tras las excusas más peregrinas.
¡Pues no ha sido capaz el tal Fernández Díaz de decir que recibió a Rato
en el ministerio porque este quería comentarle un asunto «personal»!
Los jerarcas andaluces del PSOE han aguantado el temporal de los ERE
hasta límites inimaginables. Esperanza Aguirre sigue ahí tras
descubrirse que estaba rodeada de presuntos y estrellarse en las urnas.
Los secretarios generales de UGT y CCOO ni se han canteado mientras sus
respectivos sindicatos se desplomaban y los derechos de los trabajadores
saltaban por los aires (Cándido y Toxo parecen de otro planeta). En
cuanto a las patronales... qué se puede decir.
Luego se extrañarán de que la gente ande tan suspicaz y mosqueada.
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