jueves, 24 de marzo de 2016

Siempre nos quedarán los 'peplums' 20160324

Ya perdonarán mis amigos de las asociaciones laicistas, pero a mí esto de la Semana Santa me pone. Las procesiones, los capirotes, el tronar de los tambores (es infinitamente mejor hacer ruido en nombre de Dios dándole al parche que poniendo bombas), el olor a incienso, la guardia municipal a caballo, con su casco y su plumero (¿sigue encabezando la procesión del viernes?) y toda la parafernalia. Es un espectáculo glorioso, y cuando tengo algún huésped extranjero me lo llevo tal noche como la de hoy al Casco Viejo de Zaragoza, a que flipe. Comprendo que estos desfiles se han multiplicado en los últimos años, de tal forma que no cesan de ir y venir por las calles de la capital aragonesa cortando el tráfico y tal. Pero supongo que los no creyentes bien podemos hacer en este caso un ejercicio de tolerancia, cuando tantos miles de vecinos nuestros hacen tal ejercicio de fe o simplemente se divierten. Del Bajo Aragón, por supuesto, no queda nada por decir. Las rompidas (un acto convertido en seña de identidad, pues no hay evento relativo a la marca Aragón que no exhiba un buen combo de bombos y tambores)... las rompidas, digo, me producen particular satisfacción, pues llenan hoteles y restaurantes de toda una comarca y alrededores sin apenas gasto a cuenta del erario. ¡Sensacional! ¡Maravilloso!

Luego está la programación de las teles, con tantas películas de Historia Sagrada y de romanos en general. No será la primera ni la última vez que proclamo aquí mi devoción por los peplums (¿o debería decirse pepla, que es lo correcto en latín?). Me gustan casi todos: sean de tema propiamente religioso, de batallas, de esclavos, homéricos, mitológicos o de bárbaros. Espartaco es mi película favorita (aprovecho para homenajear a su guionista, el magnífico Trumbo, aquel radical de izquierdas que vivía como un millonario). Helena de Troya me fascina (¡Oh, Rosana Podestá!, ¡Oh, Brigitte Bardot!). Quo Vadis me arrebata con sus diálogos tan ñoños y el genial Peter Ustinov haciendo de Nerón.

Que siga pues la fiesta. Resulta muy consolador ver la religión desde esta amable perspectiva.

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