Un ciudadano cualquiera transita por esta crisis como si recorriese
con los ojos vendados un laberinto lleno de trampas. Muchos se conforman
con culpar a los políticos y sus mandangas de un descalabro obviamente
causado por fenómenos más complejos y oscuros. Porque, hoy, el quid de
la cuestión está en el sistema financiero y en cómo digiere la burbuja
inmobiliaria y evacua los propios gases que generó pidiendo prestado en
el exterior. Ya se lo han dicho a los empleados de la CAI: el agujero
causado por las aventuras ladrilleras ha hundido el negocio. Y ahí va
todo lo imaginable, desde Cádiz a Pastriz, los créditos a los buenos
amigos (¿del PAR?), el ruinoso compadreo con Nozaleda... Aunque no solo fue el ladrillo, ¿verdad? También hubo otros deslices.
De estos asuntos, cocidos en privado y visados por un consejo de
administración cuyos integrantes tenían nombre y apellido, apenas
tenemos referencia concreta. De la situación actual de Caja3-CAI
únicamente sabemos lo que se dice en unos comunicados inespecíficos, que
pueden tener por objetivo tranquilizarnos o acojonarnos pero cuya
veracidad no está contrastada de ninguna manera.
Estas cosas de
las finanzas son así: asunto reservado, dicen los conformistas (y los
bobos). Ya, pero cuando se hacen con el dinero de los demás no caben los
secretitos ni las cuentas a lo Gran Capitán. Aquí, en España, están
pasando cosas inauditas, y nos las cuelan por la puerta de atrás con un
desparpajo no menos increíble. El saneamiento del Banco de Valencia y su
posterior venta es un ejemplo perfecto. Allá se han ido (de entrada)
5.500 millones del erario público, y La Caixa se ha quedado con el
paquete por un euro. Qué bien, ¿no?
Si estos temas son
complicados, aún lo serán más con la nueva regulación de las cajas.
Destinada teóricamente a despolitizarlas, en la práctica las pondrá
graciosamente en manos de quien corresponda. ¿De quién? Pues supongo que
de personas bien relacionadas. Como aquellos coleguitas de Aznar que se hicieron con los monopolios estatales privatizados. Sin dar cuartos al pregonero, oye.
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