Esta es hoy la regla de oro del capital financiero. Los expertos (los
que no están a sueldo de los poderes fácticos) explican que se está
concentrando el dinero en unas pocas manos mediante un trasvase de
recursos que deja a la gente del común más tiesa que la mojama. Y así
vamos, pasito a pasito, camino de la ruina porque si la pasta no
circula nada puede funcionar. Algunos se consuelan comprobando que otros
muchos comparten su mal. Serán tontos, como dice el refrán, o
simplemente conformados. Otros arremeten contra cualquiera que ose
enfrentarse a la deriva que el actual Gobierno de España está
imprimiendo a las cosas cotidianas: increpan a los jueces, fiscales y
abogados, que son unos jetas; desprecian a los empleados de las cajas,
esos paniaguados; abominan de los funcionarios, de los profesores, de
los médicos o de los investigadores por vagos y peseteros; condenan a
los trabajadores de la industria que todavía osan cobrar sueldos
superiores al mínimo interprofesional; exigen mano dura contra los
sindicalistas, los quincemayistas, los intelectuales de
izquierdas, los periodistas que no colaboran, los ateos, los
catalanes... Y aún están los convencidos de que el actual caos y sus
consecuencias son culpa exclusiva de Zapatero, a cuya cuenta cargan todos los males de la patria.
Aquí las lecciones sobre economía aplicada las da un banquero denominado Botín
mientras el copago de las ambulancias por parte de los enfermos
crónicos lo explica (confusamente, no hay que pedirle peras al olmo) una
ministra de Sanidad apellidada Mato Ya sé que es un sarcasmo
fácil, pero indica hasta qué punto las palabras se rebelan también
contra esa manipulación del lenguaje (premeditada sin duda alguna)
destinada a convencernos de que esto no tiene otra salida que apretarnos
a lo bestia el cinturón para que los masters del universo puedan
renovar su jet privado. Aunque, claro, si un bangladesí subsiste con
unas decenas de euros al mes cosiendo ropa para las grandes marcas del
mundo global, ¿por qué un currante español va a levantarse mil y pico
del ala? Qué mal rollo, amigos.
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