jueves, 30 de agosto de 2012

Cuidadín con nuestro sector privado 20120830

El debate que contrapone las presuntas excelencias del sector privado español a las supuestas miserias del público (o viceversa) se me hace cada vez menos realista, un artificio retórico. Empiezo a creer que aquí se llevan todos muy poco. Por otro lado, es impensable que un país posea una red de empresas, compañías, operadores y consultoras muy eficiente, mientras la administración del estado, su estructura, sus cargos electos, sus funcionarios y los servicios que prestan son un desastre. No, queridos, entre ambos bloques siempre hay equilibrio y correspondencia.

Tomemos dos referencias paralelas: los logros (primero) y los agobios (después) de las administraciones públicas, y los también sucesivos triunfos y avatares de las empresas privadas. En ambos casos, hemos podido ver clamorosos errores en lo que las escuelas de negocio llaman management. En España, ese aspecto del tema (la organización operativa, la concepción estratégica y la toma de decisiones por parte de los gestores) es manifiestamente mejorable, por no decir que es un churro monumental (hablando en términos generales). Los políticos españoles gastan una vanidad y una prosopopeya sólo comparables a la egolatría de los altos cuadros y directivos de las empresas. Pero la eficacia respectiva está en tela de juicio.

La gerencia española es manirrota cuando abunda y muy poco racional en los ajustes cuando las vacas vienen flacas. Lo estamos viendo ahora. En el sector privado sólo se habla de abaratamiento de costes, EREs y despidos y en el público, de recortes, y retrocesos indiscriminados. Tras lustros de alegría sin fin (fáciles éxitos, costes disparatados, presupuestos desbordados, errores disimulados bajo tasas de beneficio exageradas) ha llegado la hora de solventar las dificultades mediante simples rectificaciones aritméticas: reducir plantillas a lo bestia, reducir gastos sin ton ni son y esperar quietos, al borde de la ruina definitiva, a que venga por arte de magia otro carnaval especulativo y podamos comprar euros a noventa céntimos.

Poca creatividad, poca eficiencia, poca responsabilidad. Así nos va. 

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