lunes, 27 de agosto de 2012

Vuelve la caridad, señora marquesa 20120827

Los medios oficiales salpimentan sus informativos con reportajes sobre acciones caritativas destinadas a paliar los efectos de la crisis. Un mensaje queda claro: la pobreza se extiende, los servicios públicos caen en picado, la capacidad asistencial se contrae... Pero nos queda la buena voluntad, la limosna, la donación voluntaria de aquello que nos sobra. Siempre, por supuesto, que esa bocanada de altruismo tenga naturaleza privada. Olvidémonos de subvenciones, convenios, coberturas universales, ONGs y demás mamandurrias. Quien quiera amar a su prójimo que lo haga con su dinero; sólo la Iglesia Católica tiene derecho a hacerlo con el de todos. Aunque ésa, por supuesto, es otra historia.

Escuchar al consejero de Sanidad y Servicios Sociales del Gobierno de Aragón es de lo más aleccionador. Si hay médicos de Atención Primaria que quieren seguir atendiendo a sin papeles --vino a decir--, que lo hagan en su tiempo libre y que utilicen dependencias del Salud pero, ojo, sin generar ningún gasto. Es decir, que el Estado deja de legislar y ejercer la solidaridad entendida como deber público, y ésta pasa a convertirse en una virtud privada con derecho a un buen solar en el Reino de los Cielos.

Todo esto es bastante nauseabundo. Porque el altruismo, el voluntariado y la bonhomía son sin duda alguna una enriquecedora opción personal, pero nunca jamás (salvo en sociedades descompuestas y hostiles) pueden sustituir a una red asistencial integrada en un auténtico Estado del Bienestar. Dinamitar ese Estado nos degradará a todos. Y no nos engañemos: el espectáculo de las viejas marquesas (u otras celebrities) ejerciendo la caridad como antaño certificará el derrumbamiento de la democracia social.

¡Ah!, y no volvamos a eso de que no hay dinero. Sí lo hay para subvencionar a Ryanair (que en España se levanta cada año más de setecientos kilates de los sufridos contribuyentes). Si lo ha habido para que distintas localidades aragonesas se pagasen una etapa de la Vuelta Ciclista (que no sale barato, precisamente). ¿Por qué no dejamos estas bonitas fruslerías al albur de la caritativa iniciativa privada? 

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