A los demócratas exquisitos las cosas que están pasando en España les dejan cada mañana en estado de shock. Ayer, la potente rebaja (de seis terroríficos años, a nueve inofensivos meses) de la pena inicialmente impuesta a Matas
causó sensación. Porque esta nueva muestra de la desigualdad de los
españoles ante la ley se combina con el asalto conservador a los órganos
superiores de la judicatura. Está viva la polémica relativa a la
militancia en el PP del nuevo presidente del Tribunal Constitucional. Y
ya nadie es capaz de hablar en serio de la división de poderes. Menos
que nadie esa derecha, tan amiga de mentar a Montesquieu cuando gobernaban los otros.
Pero a mí lo que más me ha impresionado ha sido la forma en que Rajoy
ha planteado su comparecencia ante el Congreso. Se reserva el derecho
de hablar de lo divino y de lo humano... el 1 de agosto. ¡El 1 de
agosto! ¿Qué burla es esta? No hablará ni el 29 ni el 30 de julio, sino
en la mañana de la jornada que va a soportar mayores desplazamientos
veraniegos. Capeará el temporal. Nos dirá que la EPA ha dado estupendos
resultados (una elaborada mentira que el Ejecutivo viene aireando desde
hace días). Negará a Bárcenas. Hablará de transparencia con la
risa bailándole en las tripas... Y cuando baje de la tribuna se largará
de vacaciones. Hasta luego, cocodrilos. Ni dará la rueda de prensa que
cierra el periodo parlamentario. Tal conjunto de circunstancias define
una democracia de muy baja intensidad; una mierda de democracia, vamos.
Estos señores que llegaron para salvar a España entienden la soberanía
popular de una forma muy orgánica. Se la pasan por el arco del triunfo.
La semana pasada se celebró en Jaca, dentro de los cursos de la
Universidad de Verano, un seminario dedicado a la Transición. En él,
reputados historiadores y algunos periodistas repasamos los
acontecimientos que se sucedieron del 75 al 82. Recordarlos me ha
llevado a considerar cuánta diferencia hay entre las expectativas (y los
logros) de aquellos días y la tremenda involución que padecemos hoy. El
1 de agosto, oigan. Increíble.
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