domingo, 7 de julio de 2013

La verdad sobre el Corona o el cámping de Biescas 20130707

Un juez de la Audiencia Nacional ha dictaminado que el incendio del Corona de Aragón fue un accidente, no un atentado. Por supuesto, quienes entonces investigamos la tragedia sabemos bien qué pasó: el fuego originado en una grasienta chimenea se extendió con inaudita facilidad por un edificio cuyos supercombustibles interiores parecían estar hechos a propósito para ser pasto de las llamas. Nunca hubo el menor indicio de que allí hubiese actuado ETA u otro grupo terrorista. Pero algunos tribunales aceptaron tal versión. Lo cual vino muy bien a ciertas personas, fuese por razones políticas, fuese para obtener alguna compensación por las pérdidas sufridas. En este país, ya se sabe, si te alcanza una desgracia de grandes proporciones puedes dar por seguro que nadie reparará el daño (hasta donde pueda repararse), pues siempre habrá excusas para echar la culpa a la mala suerte, a quienes hayan muerto o no estén sujetos a la justicia española... o a la imprevisible naturaleza, que además de previsible es inaprensible. Que se lo pregunten a las víctimas del camping de Biescas.

Estos casos me fascinan. Sobre todo por la manera (tan poco sutil) en que instituciones, tribunales y gente de orden en general se quitaron de encima los cadáveres. En el caso del Corona, por ejemplo, aluciné cuando se habló del agente exógeno, el misterioso producto que habría extendido el fuego provocando temperaturas altísimas. ¿Agente exógeno? Sin duda: moquetas, maderas, plásticos, pegamentos, barnices... El edificio era una auténtica falla, un compendio de las técnicas constructivas de los Sesenta, una trampa. Pero ese tipo de responsabilidad se obvió. Era más fácil hablar de ETA aunque no existiese la más mínima prueba. Los círculos franquistas se entusiasmaron con ese enfoque. Y siguen.

Con el cámping ocurrió algo parecido. Se aceptó en los tribunales que el aluvión de agua, lodo, piedras y árboles fue un hecho imposible de predecir, un fenómeno con un milenario periodo de retorno. Sin embargo, aquello ya había pasado menos de un siglo antes. Existían múltiples pruebas (incluso fotográficas) de que otra avalancha se precipitó por la misma ladera hacia la carretera. Alcanzó al autobús de La Tensina que pasaba por allí. Lo arrastró y volcó. Dos personas murieron. No hubo más víctimas porque entonces no existía el cámping ni el barranco había sido domesticado. Pero ni esta evidencia ni la existencia de informes técnicos que advertían del peligro modificaron las tesis oficiales. De hecho, en el Pirineo sigue habiendo campings en condiciones muy similares (al de Castejón de Sos lo arrasó el Ésera el otro día).

Muchas verdades oficiales son mentiras evidentes. Pero, en fin, así se escribe nuestra historia. 

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