Detenido en el aeropuerto de Viena, Evo Morales, presidente
electo de Bolivia, sonreía impenetrable. Le recorría el rostro la
peculiar hilaridad que manejan para sus adentros los indígenas del
altiplano andino cuando afrontan las absurdas cosas del hombre
blanco. Morales, que pertenece a la cofradía del populismo
pseudoizquierdista latinoamericano, fue ayer el hombre del día. Ganó
simpatía en su continente. Comprobó la patética debilidad de los
europeos y la imperdonable grosería de su diplomacia. Midió con absoluta
precisión el carácter falsario, cobarde y tramposo de la política
exterior española. Jugó con los tiempos para convertir su vuelta a casa
en una singular odisea. Dejó a los servicios secretos norteamericanos
con un palmo de narices (probablemente con la complicidad de los
servicios secretos rusos). Y al fin voló hacia su país, dejando a los
jefes de aquí metidos en un laberinto de manifestaciones
contradictorias, autodesmentidos, aclaraciones y mamonadas. Por eso se
reía Evo. Si no llega a ser tan fino (que lo es) se deshueva el tío.
Para todo hubiese tenido.
Estados Unidos quiere joder bien jodido a Snowden, el ciberespía que tiró de la manta, para que este caso, como el de Assange,
sirvan de escarmiento a cualquiera que pretenda sacar a la luz los
secretos de la superpotencia. Europa participa en la jugada por temor,
por inercia, porque los mandatarios del viejo continente son unos
mierdas o tal vez porque Merkel, Hollande y no digamos Rajoy
no lamentan tanto los espionajes de que les hace objeto Washington como
el hecho de que salgan a la luz. Así que colaboran en la cacería de los
mensajeros, de los traidores. Finalmente, han dado carácter de
epopeya al viaje de Evo Morales, cuando hace apenas diez años miraban
hacia otra parte mientras sus países eran cruzados por aquellos otros
aviones en los que la CIA trasladaba prisioneros para torturarlos en chupaderos semisecretos.
¡Ay, Europa! Qué puta y qué vieja estás. No te respetas a tí misma. El
ruso te vacila. El chino te come por los pies. El yanqui te chulea... Y
el aymará se te ríe. ¡Ji, ji, ji!
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