lunes, 12 de diciembre de 2016

Indiferentes ante la corrupción 20161212

Una noticia pierde impacto en proporción directa a las veces que es reproducida. No digamos en estos tiempos de hipercomunicación. Lo que se hace viral hoy se olvida mañana, no tanto porque la gente esté dispuesta a olvidar los niños refugiados que se ahogaron en las playas del Sur de Europa, las mujeres víctimas de la violencia machista o los civiles bombardeados en Alepo y Mosul, sino por la simple razón de que los mensajes se expanden y superponen a un ritmo exponencial, normalizando por saturación cualquier sucedido; incluso los más horribles.

Es lo que pasa en España con la corrupción. Juicios que se presumían espectaculares (la Gürtel, las tarjetas black, los ERE) acaban siendo un largo e indescifrable tostón. Mientras, aterrizan en los titulares el presunto fraude fiscal de los futbolistas, la financiación ilegal de las campañas llevadas a cabo por los partidos serios o la inaudita historia de ese padre que usó la enfermedad de su hija para levantarse (y pulirse) casi un millón de euros. Y además, en todas partes cuecen habas. Vean, si no, lo del exministro fracés condenado por esconder su dinerito en Suiza.

Así que la ciudadanía va encalleciéndose. Deja de leer artículos de fondo (donde, por ejemplo, se explica cómo se urdió la fusión-estafa de Caja Madrid y Bancaja, o la forma en que cuatro grandes bancos trucaban el euribor) y se limita a deslizarse sobre los titulares, cuanto más abracadabrantes mejor. Conclusión: todos somos sinvergüenzas en potencia y todos los políticos son iguales (de corruptos). Ciega generalización que es, precisamente, la que interesa... a los sinvergüenzas y a los corruptos.

Los más ardorosos defensores del establishment andan últimamente empeñados en reducir o eliminar la información sobre las cloacas del sistema. Y sacan en procesión la imagen de su martir, Rita Barberá. Se equivocan. Para los delincuentes (cada vez menos supuestos y cada vez más evidentes) que manejan el gran desorden mundial, nada mejor que viralizar la mierda. Así todo el mundo se acostumbra a su olor y su sabor. Y ni se entera.

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