Una noticia pierde impacto en proporción directa a las veces que es
reproducida. No digamos en estos tiempos de hipercomunicación. Lo que se
hace viral hoy se olvida mañana, no tanto porque la gente esté
dispuesta a olvidar los niños refugiados que se ahogaron en las playas
del Sur de Europa, las mujeres víctimas de la violencia machista o los
civiles bombardeados en Alepo y Mosul, sino por la simple razón de que
los mensajes se expanden y superponen a un ritmo exponencial,
normalizando por saturación cualquier sucedido; incluso los más
horribles.
Es lo que pasa en España con la corrupción. Juicios que
se presumían espectaculares (la Gürtel, las tarjetas black, los ERE)
acaban siendo un largo e indescifrable tostón. Mientras, aterrizan en
los titulares el presunto fraude fiscal de los futbolistas, la
financiación ilegal de las campañas llevadas a cabo por los partidos
serios o la inaudita historia de ese padre que usó la enfermedad de su
hija para levantarse (y pulirse) casi un millón de euros. Y además, en
todas partes cuecen habas. Vean, si no, lo del exministro fracés
condenado por esconder su dinerito en Suiza.
Así que la ciudadanía
va encalleciéndose. Deja de leer artículos de fondo (donde, por
ejemplo, se explica cómo se urdió la fusión-estafa de Caja Madrid y
Bancaja, o la forma en que cuatro grandes bancos trucaban el euribor) y
se limita a deslizarse sobre los titulares, cuanto más abracadabrantes
mejor. Conclusión: todos somos sinvergüenzas en potencia y todos los
políticos son iguales (de corruptos). Ciega generalización que es,
precisamente, la que interesa... a los sinvergüenzas y a los corruptos.
Los
más ardorosos defensores del establishment andan últimamente empeñados
en reducir o eliminar la información sobre las cloacas del sistema. Y
sacan en procesión la imagen de su martir, Rita Barberá. Se equivocan.
Para los delincuentes (cada vez menos supuestos y cada vez más
evidentes) que manejan el gran desorden mundial, nada mejor que
viralizar la mierda. Así todo el mundo se acostumbra a su olor y su
sabor. Y ni se entera.
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