Por causa de su sobreexposición, aquellos personajes de los que habla
todo el mundo acaban generando en la opinión pública una visión
generalizadora. De esta manera, los padres de niños discapacitados o con
enfermedades raras van a sufrir en sus carnes las consecuencias del
caso Nadia, aunque ellos sean personas honestísimas y sus demandas sean
las más justas que pudieran concebirse. Los periodistas, por nuestra
parte, seremos vistos de acuerdo con los estereotipos producidos en
paralelo por Cebrián o Inda, por más que muchos de nosotros seamos
humildes trabajadores que intentamos cumplir con las obligaciones que
nos son propias. Y los políticos aragoneses (sobre todo los de
izquierdas) arrastrarán como una marca indeleble las ruraladas de Lambán
o la incapacidad de Echenique para trabar un discurso comprensible.
Lo
malo no es el impacto concreto que tengan (en las teles y otros medios o
en las redes) esas noticias, entrevistas o desbarres (¡por los dioses,
don Javier, a quién se le ocurre confundir mando con liderazgo!), no...
lo peor es que tales expresiones, repetidas una y mil veces, dejan tras
de sí un terreno arrasado, un personal mosqueadísimo y la sensación de
que aquí y ahora todos somos bicharracos de la misma camada.
No sé
qué clase de habilidades retóricas, qué inteligencia emocional, qué
carisma y qué potencia programática habrán de tener, por ejemplo, los
futuros dirigentes políticos de la Tierra Noble para resultar
convincentes, ganarse a la gente y ser reconocidos por sus virtudes. Por
extensión, díganme cómo podrán los personajes públicos españoles que
lleguen a cualquier escenario (institucional, empresarial, cultural)
demostrar al escamadísimo público su honestidad y altruismo.
También
cabe la posibilidad de que la gente se haga a todo y todo lo perdone, o
que les justifique a unos lo que no tolerará en otros. De momento, las
estrellas del fútbol ya están por encima del bien, del mal y de
Hacienda. Por eso, a Ronaldo, cuando quieren insultarle, le dicen
maricón... pero no defraudador.
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