Hay personas (de orden, por supuesto) que parecen atornilladas al
tranvía como aquellos chavales que en los 60 se aferraban a la trabuca
de los cacharros de entonces para viajar de gorra. Este fenómeno de
ahora parece ser el resultante de una obsesión política agudizada por el
hecho de que el argumentario de la derecha se está vaciando por
minutos, conforme Rajoy y su PP descienden a los infiernos de los recortes y la corrupción.
Algunos, cuando les hablas de los efectos del ajuste brutal que
padecemos te replican con un "sí, si... ¡y el tranvía, qué!". Si
comentas las consecuencias del barcenazo vuelven a la carga con
el tranvía. Si aludes al escándalo de Sarga, a la inviabilidad económica
de Motorland o Aramón, a la voladura incontrolada de la CAI, al informe
del Colegio de Médicos sobre el terrible deterioro de la sanidad
pública aragonesa, a la recesión, al paro... no falla: sacan a relucir
el tranvía y allí se quedan, rabiosos perdidos.
Hay más. Ni
siquiera la falta de objetivos claros, el caos administrativo y el
escaso rigor que dominan buena parte de la política municipal de
Zaragoza motivan a quienes se empeñan en atacar la gestión del alcalde Belloch
a través del dichoso tranvía. Yo creía que conforme fuesen acabando las
obras (molestísimas sin duda) y cada vez más gente utilizase
satisfactoriamente el artefacto la histeria iría cediendo. Pero, nada.
El semoviente funciona de maravilla, no ha provocado catástrofe alguna,
quienes lo utilizan están contentos, el plan de negocios se cumple
incluso mejor de lo previsto... Ni por esas. Y el tema ya aburre y
cansa. Sería muy conveniente que quienes aborrecen a Juan Alberto
desarrollasen argumentos más serios, más coherentes y, por cierto, más
veraces. Hala, queridos, razonad un poquito, que no es tan difícil.
Hace 40 años, el tardofranquismo decidió quitar el tranvía de Zaragoza
dando paso a un sistema de transporte público subvencionado y mucho más
costoso. Se ve que a los herederos ideológicos de aquellos próceres, el
retorno de los raíles les ha desquiciado. Pensarán que ahí ha dado
vuelta la tortilla. ¿O qué?
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