La percepción de esta crisis y de sus consecuencias se despliega en
un arcoiris cognitivo donde la ingenuidad se codea con la indignación,
la ignorancia causa estragos y la negación de la realidad evidente está a
la orden del día. ¿Cómo ven esta catarata de recortes quienes los
deciden y aplican? ¿Y quienes los sufren? ¿Y aquellos otros que se
resignan a soportarlos o, por el contrario, se alzan para resistirlos?
Queda claro que aquí mismo, en Aragón, los gobernantes, inspirados al
parecer por las mejores intenciones, prefieren pensar que el terrible
naufragio de los comedores escolares, la supresión de profesores de
apoyo o el brutal ajuste presupuestario son circunstancias inevitables e
inocuas, algo que ni duele ni perjudica ni tiene impacto. Lo mismo que
la reducción de la oferta sanitaria, los planes para dejar un solo
laboratorio clínico, la progresión geométrica de las listas de espera,
los copagos... Todo se hace por el bien común, y encima el personal se
encabrona. Qué desagradable, ¿verdad?
Sólo desde esa autoestima
buenista que las damas y caballeros del PP interpretan como nadie (son
personas de acendradas virtudes cristianas, que aman a su prójimo como a
sí mismos) puede entenderse el constante sobresalto de la consejera Dolores Serrat,
de sus compañeros y colegas, escandalizados ahora por una acción de
protesta pacífica, que tuvo lugar en la calle y cuya intención (recordar
a la jefa que muchos niños aragoneses malcomen o se quedan sin comer)
parece bastante plausible. Pensar que cuando se están imponiendo medidas
sin precedentes, que rompen las reglas básicas de la democracia social,
la ciudadanía va a quedarse tan tranquila revela una manera de ser
exótica, propiedad exclusiva de la derecha española de toda la vida.
Los actuales gobernantes lo pasan mal, vale. No se lucen, no inauguran,
no disfrutan. Causan enormes desastres públicos y a cambio deben sufrir
el desasosiego privado que supone tener a la parroquia soliviantada.
Pero el desempleado que no puede dar de comer a sus hijos también tiene
un problema privado. No les extrañe que acabe desahogándose en público.
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