Es un hecho que la corrupción impregna la política y buena parte de
la actividad económica privada, de la misma forma que infiltra el
imaginario colectivo y desmoraliza a la ciudadanía. Vengo insistiendo en
que el sistema se ha venido abajo porque no garantiza contrato social
alguno, y que es preciso iniciar un proceso de regeneración radical que
debería empezar desde abajo, habría de sanear sin contemplaciones los
partidos y tendría que propiciar un nuevo proceso constituyente y una
nueva dinámica capaz de poner fin a este delirio.
Pero no
comparto las tesis de quienes hablan de "acabar con los políticos" en
los mismos términos que lo ha hecho tradicionalmente el fascismo
militante. Aquí no se trata de poner fin a la política convencional
(democrática) para sustituirla por una versión autoritaria, violenta que
normalice la vida cotidiana por el procedimiento de imponer una verdad
oficial pacificadora. Eso ya lo hemos vivido y fue simplemente horrible.
Si la democracia renació en España con algún pecado original fue el de
no haber roto sin ambages con la sucia herencia del franquismo y su
absoluta institucionalización de la corrupción, la mentira y el apoliticismo alienante.
Mucha gente está hoy desorientada y en estado de shock.
Durante 30 años, el sistema se las compuso (sobre todo por la
influencia del populismo pseudosocialdemócrata) para compaginar un
manejo ilegítimo e incluso manifiestamente ilegal de los fondos públicos
y de la práctica económica privada con una movilización de dichos
fondos que contribuyó a mejorar de forma ostensible la calidad de vida
de la gente. Ese arreglo se ha venido abajo. Y muchas personas no acaban
de entender lo que ha pasado. No captan la forma en que la deuda
privada ha derivado en deuda pública de forma incontrolable (primero con
Zapatero y ahora con Rajoy). No asimilan el hecho de que
esta crisis necesita salidas políticas, de que los movimientos sociales
que luchan contra los recortes sólo alcanzarán sus objetivos si disponen
de objetivos e instrumentos políticos. Pero esa, y no otra, es la madre
del cordero.
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