La del Ebro es una de las cuencas más regulada del mundo. Pero pocos
aragoneses serían capaces de aceptarlo. De hecho, la alarma suscitada
por las últimas crecidas (de volumen perfectamente ordinario) ha
desbordado muchos más imaginarios convencionales que orillas. A
partir de ahí los equívocos se encadenan. El mito de la domesticación de
los sistemas fluviales se encarna en la aspiración de convertir al Ebro
y sus afluentes en una red de tuberías, canales y depósitos; es decir,
pantanos, cauces dragados, motas, azudes, estaciones de bombeo. Dicen
los expertos que las limpiezas no sirven para gran cosa (como ya
se vio aquí tras las actuaciones del 2010) y que las crecidas son en sí
mismas la mejor manera de ordenar y mantener cauces y orillas.
Repíteselo a un ribereño y te mandará a la mierda directamente. Porque a
él le han vendido que el río es un enemigo a batir. Y así, un aumento
del caudal cuya envergadura no ha llegado a superar los dos mil metros
cúbicos por segundo al paso del Ebro por Zaragoza, ha acabado
convirtiéndose en algo muy parecido a un desastre.
Las falsas verdades oscurecen la realidad e impiden penetrar en sus verdaderas claves. Ayer mismo, vi en una tedeté
cómo un tertuliano iniciaba su perorata aludiendo a la baja
competitividad de las empresas españolas. No hay tal, dijo otro de los
presentes, basta con ver los datos de Eurostat. Pero el primero siguió
impertérrito con su falso argumentario.
Si a una persona de orden
le dices que al inicio de la crisis, 2007-2008, España tenía una deuda
pública inferior a la de Alemania y muy por debajo de la de Estados
Unidos, te mirará como si estuvieses loco. Si le argumentas que el
problema no ha radicado de manera fundamental en el gasto público
(aunque viniese arrastrando los consabidos despilfarros y corrupciones),
sino que la ruina se desencadenó por culpa de la bestial deuda privada
provocada por la burbuja financiero inmobiliaria, creerá que intentas
defender la gestión de Zapatero y ya no habrá nada que hacer así le cubras de estadísticas y gráficos.
Tiempos de confusión y mentira.
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