A la primera de cambio se ha dejado notar esa querencia por los
lugares comunes, esa impresionante inercia que lleva a los políticos
aragoneses (y tras ellos a buena parte de los medios y de la opinión
pública) a reiterar propuestas sin futuro. Por lo visto el cuerpo les
pide volver a las glorias de los viejos buenos tiempos, cuando los
ladrillos eran lingotes de oro macizo y una ficticia abundancia de
dinero permitía afrontar las más absurdas quimeras. Algunos creyeron
(servidor, también) que la crisis obligaría a revisar esa forma de ver
la vida. Pero me temo que no va a ser así, porque este brutal reajuste
social y económico viene inspirado precisamente por las visiones que lo
produjeron.
¿Cómo es posible que a las primeras de cambio el
Gobierno de Aragón baraje (siquiera sea como brindis al sol) realizar ya
la unión de las estaciones de esquí de Candanchú, Astún y Formigal
mediante un telecabina? ¿Y qué decir del supuesto plan del Ayuntamiento
de Zaragoza para reparar La Romareda con vistas a las olimpiadas que
Madrid pretende organizar el año 2020? La primera jugada supondría, a
ojo de buen cubero, una inversión de más de cuarenta millones (o el
doble, o más). La segunda se ha evaluado inicialmente en veinte
millones. Ambas juguetean alegremente con los fantasmas del inmediato
pasado, porque lo de la nieve arrastra un severo impacto medioambiental y
un fenómenal agujero en las cuentas públicas que viene de lejos. En
cuanto al campo de fútbol zaragozano, qué se puede decir: tres proyectos
fueron encargados, con el gasto consiguiente, y tal es la hora que no
se ha movido ni una paletada de tierra.
Ubicar tales delirios en
la situación actual, cuando se suprimen becas en los comedores
escolares o el Ayuntamiento de Zaragoza busca dinero incluso intentando
meter a la iniciativa privada en el ciclo del agua, produce jaqueca. Sin
embargo está en línea con el empeño de Madrid en organizar unas
olimpiadas que supondrían inversiones adicionales de más de mil
quinientos millones (por lo menos) o con la terquedad de otras
instituciones (el Gobierno de Aragón entre ellas) que aún financian
carreras de motos y coches o sostienen proyectos manifiestamente
inviables.
Para defender esta especie de ida y vuelta al origen de la presente recesión, los defensores del gasto alegre
se escudan, ¡cómo no!, en la creación de empleo. Impresionante. Sólo
que ahora no hay dinero para hinchar más burbujas y jamás habrá
telecabina ni Romareda renovada (digan lo que digan Rudi o Belloch). La crisis gira sobre sí misma, se transforma en el nuevo statu quo
y (tras las mentiras de siempre) potencia nuevas formas de trasvasar el
dinero público a ciertos bolsillos privados. Que es de lo que se trata,
claro.
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