domingo, 20 de enero de 2013

El cuerpo nos pide volver a las andadas 20130120

A la primera de cambio se ha dejado notar esa querencia por los lugares comunes, esa impresionante inercia que lleva a los políticos aragoneses (y tras ellos a buena parte de los medios y de la opinión pública) a reiterar propuestas sin futuro. Por lo visto el cuerpo les pide volver a las glorias de los viejos buenos tiempos, cuando los ladrillos eran lingotes de oro macizo y una ficticia abundancia de dinero permitía afrontar las más absurdas quimeras. Algunos creyeron (servidor, también) que la crisis obligaría a revisar esa forma de ver la vida. Pero me temo que no va a ser así, porque este brutal reajuste social y económico viene inspirado precisamente por las visiones que lo produjeron.

¿Cómo es posible que a las primeras de cambio el Gobierno de Aragón baraje (siquiera sea como brindis al sol) realizar ya la unión de las estaciones de esquí de Candanchú, Astún y Formigal mediante un telecabina? ¿Y qué decir del supuesto plan del Ayuntamiento de Zaragoza para reparar La Romareda con vistas a las olimpiadas que Madrid pretende organizar el año 2020? La primera jugada supondría, a ojo de buen cubero, una inversión de más de cuarenta millones (o el doble, o más). La segunda se ha evaluado inicialmente en veinte millones. Ambas juguetean alegremente con los fantasmas del inmediato pasado, porque lo de la nieve arrastra un severo impacto medioambiental y un fenómenal agujero en las cuentas públicas que viene de lejos. En cuanto al campo de fútbol zaragozano, qué se puede decir: tres proyectos fueron encargados, con el gasto consiguiente, y tal es la hora que no se ha movido ni una paletada de tierra. 

Ubicar tales delirios en la situación actual, cuando se suprimen becas en los comedores escolares o el Ayuntamiento de Zaragoza busca dinero incluso intentando meter a la iniciativa privada en el ciclo del agua, produce jaqueca. Sin embargo está en línea con el empeño de Madrid en organizar unas olimpiadas que supondrían inversiones adicionales de más de mil quinientos millones (por lo menos) o con la terquedad de otras instituciones (el Gobierno de Aragón entre ellas) que aún financian carreras de motos y coches o sostienen proyectos manifiestamente inviables.

Para defender esta especie de ida y vuelta al origen de la presente recesión, los defensores del gasto alegre se escudan, ¡cómo no!, en la creación de empleo. Impresionante. Sólo que ahora no hay dinero para hinchar más burbujas y jamás habrá telecabina ni Romareda renovada (digan lo que digan Rudi o Belloch). La crisis gira sobre sí misma, se transforma en el nuevo statu quo y (tras las mentiras de siempre) potencia nuevas formas de trasvasar el dinero público a ciertos bolsillos privados. Que es de lo que se trata, claro. 

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