miércoles, 23 de enero de 2013

... Y una ciudadanía que ya no lo soporta 20130123

Después de que la financiación de los grandes partidos haya sido objeto de tremendos escándalos (Filesa, Pallerols, Naseiro, Gürtel) y que la formación que hoy gobierna España y gran parte de sus municipios y comunidades autónomas esté sobre-cogida por las revelaciones de su extesorero, no valen ya los paños calientes. Ni las auditorías de Rajoy ni el descaro de la insoportable Cospedal pueden calmar a una opinión pública soliviantada. El que Aguirre designe a Manuel Pizarro azote de los corruptos suena a coña marinera. Y las declaraciones de la presidenta Rudi celebrando la transparencia de la administración conservadora (¿la transparencia de Naseiro?, ¿la de Sanchís, el de los limones argentinos?, ¿la de Bárcenas, el amante de las montañas... suizas?) resulta sencillamente patética.

Naturalmente, cualquier alusión por parte del PP a las tropelías cometidas por los socialistas o los de CiU no resuelve la cuestión planteada sino que la agrava. La ciudadanía (cuyo dinero sufraga todas las sinvergonzonerías) está harta de unos y de otros. Tal vez pudiese en el inmediato pasado tomarse a coña o a efectos de inventario algún que otro hurto menor (un apaño, unos trajes regalados, una juerga a cargo del erario público), porque no se conocía la extensión y profundidad de los tejemanejes, corría el dinero y la crisis aún no había impuesto su dura ley. Pero ahora, cuando toca apretar los dientes y mear sangre, cada millón robado es una bofetada en la cara de los desempleados, los enfermos sujetos al copago, los funcionarios sin paga extra, los estudiantes sin becas, los jóvenes sin futuro, los contribuyentes que cumplen.

Los actuales partidos (desde luego los mayoritarios) son un problema en sí mismos, empezando por el que más votos acaparó en las últimas contiendas electorales. Solo cabe imaginar su desaparición o su total refundación. Lo cual, por cierto, no vendrá de mano de los actuales líderes y cuadros, sino de la acción consciente del electorado. Esa ciudadanía abrumada e indignada tiene en su mano la palanca de la regeneración y el cambio: un pedacito de papel en un sobre, el voto. 

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