Si los sindicatos tradicionales se dejan arrastrar por la prepotencia
y la inercia, y los elementos más ácratas y radicales de las mareas se
lanzan a embestir contra todo lo que se mueva, unos y otros se harán un
flaco favor a sí mismos y a los intereses populares. Eso sí, llenarán de
satisfacción a quienes gobiernan. Imaginen, si no, con qué placer habrá
leído la consejera Serrat (y no digamos el ministro Wert,
si le ha llegado la onda) las noticias relativas al desencuentro entre
la gente de la Marea Verde, de un lado, y CCOO y UGT, de otro. Y no vale
argumentar que fueron estos o los otros quienes tiraron la primera
piedra. Preservar la unidad de los movimientos sociales es una
obligación que atañe a todos y que exige inteligencia (también
inteligencia emocional), flexibilidad, comprensión, gestión de las
diferencias y mucha generosidad.
Wert no las tiene todas consigo.
Su plan de devolver la enseñanza española a los años 60 del siglo
pasado no solo afronta la oposición de las izquierdas, sino también de
la derecha ilustrada que ve con espanto el retorno de los viejos
monstruos. La gente de mi generación aprobamos catecismos e historias
sagradas, pasamos revalidas y vimos cómo nuestros vecinos más pobres o
menos dotados eran privados de cualquier oportunidad que no fuese
engancharse al tajo a los catorce años. Sabemos perfectamente qué clase
de país fue aquel: país de emigración, de resignación, de autoritarismo y
de burricie. No vamos a presumir de que la LOGSE haya sido la panacea
capaz de poner a España en la estratosfera del conocimiento, pero
reconvertir en asignatura el aprendizaje de la religión católica y
limitar severamente el acceso a los estudios superiores es un disparate
absoluto.
Si a estas alturas todavía no entienden los
progresistas de cualquier tipo u orientación hacia dónde nos llevan los
neocón, si las viejas y nuevas izquierdas se empeñan en diagnosticarse
mutuamente sus respectivas enfermedades (ideológicas) seniles o
infantiles, si no se han aprendido las lecciones recibidas durante más
de siglo y medio de victorias y derrotas... mal irá la cosa. Pero que
muy mal.
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