viernes, 24 de julio de 2015

Cómo complicar (aún más) el tema catalán 20150724

Ya estamos otra vez con la cuestión catalana. Más enrevesada, más encabronada. Aquello que no se ha querido resolver mediante los mecanismos lógicos, retorna una y otra vez como una especie de enfermedad crónica que nadie quiso curar. Por supuesto, como se va viendo, solo había y hay una salida: crear las condiciones legales para llevar a cabo una consulta popular (en serio) que zanje la cuestión dentro de unos parámetros definidos ya por el Derecho comparado. O sea, lo que se hizo en Canada con Quebec, territorio donde las aspiraciones independentistas han dejado de ser un problema. Ya sé que actualmente esto de los referendos es muy contestado, tras la reciente experiencia griega. Pero en tal cuestionamiento no se reflejan razones democráticas sino una réplica de fondo muy discutible. Si se desprecia el recurso a las urnas, se está aceptando que hay imponderables (económicos sobre todo, pero también políticos) situados por encima de la voluntad ciudadana. Lo malo es que al vulnerar dicha voluntad se abren las puertas al conflicto, el enfrentamiento y, en última instancia, el caos o el autoritarismo.

Un referendo de independencia como este exigiría una alta participación y una mayoría cualificada a favor de la separación. No estamos hablando de la elección de un parlamento, susceptible de ser rectificada a los cuatro años, sino de un acto de muy difícil retorno y graves consecuencias. Por eso (e insisto en el precedente canadiense), si en Cataluña se hubieran hecho las cosas de la forma adecuada, el derecho a decidir no habría producido mayores traumas ni rupturas. Pero, claro, eso no ha interesado nunca ni a los nacionalistas centrípetos (españolistas) ni a los centrífugos (soberanistas catalanes). Porque unos y otros movilizan a su electorado batiendo la coctelera de los simples y metafísicos sentimientos identitarios. Rajoy y Mas, dos políticos en horas bajas (sobre todo el segundo), necesitan escenificar ante sus votantes el choque de trenes para hacerles olvidar otros desafíos pendientes. Y todo ello en esta Europa que reniega de sí misma y se deshilacha por momentos.

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