martes, 7 de julio de 2015

Nosotros también somos griegos 20150707

Cuando el domingo me fui al Príncipe Felipe a escuchar el exquisito concierto de Bob Dylan (magnífica evocación musical y poética de la cultura norteamericana contemporánea), ya se sabía que Grecia había votado No. Entonces me acordé de un artículo de José Antonio Zarzalejos que había leído horas antes. En él, el agudo periodista conservador señalaba que el referéndum convocado por Tsipras, un éxito en sí mismo, dejaba en evidencia a toda la élite política europea, cuyas actuaciones y dictados han sido constantemente fruto de decisiones por arriba, oscuras y trapaceras. Ahí está el quid de la cuestión.

Luego, he escuchado a los habituales analistas (o lo que sean) gubernamentales intentando asimilar la negativa helena (que no se esperaban). Están enfadadísimos con los griegos, con Syriza, con Podemos, con Hollande (por blandengue) y con todo el que no se rinde e inclina ante la ortodoxia financiera que impera hoy en la UE. Lo más inaudito de esta reacción de la España sistémica ante el No de nuestros todavía socios y aliados es que se niega a profundizar un milímetro en la situación real, en el hecho de que los anteriores rescates de Grecia no fueron sino el rescate de los bancos alemanes y franceses que habían cebado la deuda de aquel país (como cebaron la burbuja inmobiliaria española) por puro afán especulativo. Pero, por otro, ignora que nuestro país no está para ponerse borde con nadie, porque no paramos de acumular deuda, debemos ya un billón de euros, no se sabe cómo podremos pagarlos, estamos pendiente del coste del dinero, tenemos una economía frágil y si en Atenas se vienen abajo nosotros las pasaremos también de a metro.

Nadie en su sano juicio cree que Grecia pueda salir a flote en la actual situación. Un acuerdo generoso no sería pues una concesión, sino más bien una actitud inteligente porque el más mínimo tambaleo del euro afecta a las bolsas, eleva las primas de riesgo, barrena los resultados de los fondos de inversión y en suma nos puede costar mucho más dinero del que supuestamente nos deben los griegos. No se engañen: nosotros somos ellos.

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