Ya sé que a buena parte de la honrada ciudadanía lo del crecimiento
in-sostenible le gusta mientras fluye la pasta fácil. Compré un piso por
trescientos mil euros y ahora vale cuatrocientos mil, hemos dicho u
oído. ¿Y ahora, qué?, ¿cuánto valen ahora nuestras flamantes posesiones
inmobiliarias? Porque en este mundo cruel y disparatado ocurre como en
los casinos: siempre gana la banca. Así que en estos momentos millones
de españoles propietarios de una o dos viviendas están cargando con el
peso de la crisis. Y todavía los hay que piden más leña.
La Tierra Noble (feliz, desprevenida y muy controlada por los
poderes de toda condición) guarda en los archivos del subconsciente
colectivo un notable apego por la in-sostenibilidad y una alta
incapacidad para entender qué es sostenible y qué es una barbaridad. La
verdad es que a la mayoría le atrae más el modelo levantino
(crecimiento rápido, altos beneficios en el sector inmobiliario y
libertinaje económico) que los sistemas más modernos, regulados y
racionales. Estamos tan encandilados con Murcia, sus urbanizaciones y
sus mercedes comprados a tocateja que no reparamos, por ejemplo, en cómo
Navarra nos lleva una neta ventaja en terrenos como la industria
agroalimentaria, mantiene interesantes tasas de desarrollo... y es,
junto a Extremadura, la comunidad española donde más barata ha estado y
está la vivienda. Y gobierna la derecha.
La sostenibilidad implica cambiar nuestros conceptos apostando por
un futuro dominado por la calidad de vida (aire y agua limpios, paisajes
hermosos, viviendas confortables, comida sana, tecnologías limpias) y
no por el estrés, la inflación y las jornadas laborales de sesenta horas
a la semana. He de decirles, para no ser malinterpretado, que
probablemente esta crisis de ahora será un bajón superable en unos años
por otra onda de crecimiento a lo bestia. Pero algo es seguro: uno de
estos parones globales acabará siendo definitivo. Cuidadín porque a
partir de ese momento lo único que nos quedará en el mundo será... la
hipoteca.